El Nacimiento de Jesús de Nazaret lleva un mensaje implícito que muy a menudo olvidamos. El niño ha venido a derrotar definitivamente al miedo, a enseñarnos con su vida los caminos de la audacia y del descaro por la Justicia. El niño, que será a lo largo de la vida traicionado y condenado por el miedo de los demás dará, en Pentecostés, una vez Resucitado, la lección definitiva a lo que será su Iglesia.
Cómo no recordar los frutos del miedo que aparecen en el Antiguo y el Nuevo testamento. ¿Cómo no recordar que el miedo que tenía Abraham de perder su vida hizo que Sara fuese ninguneada por su marido y que el Faraón que la tomó engañado por esposa, sufriera grandes desgracias? ¿Cómo no recordar que la huída de Jonás provocó una tempestad en el barco que le llevaba provocando casi su naufragio?
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¿Cómo no recordar que el pánico de Pilato cuando se le recordó que “no sería amigo de César” si soltaba a Jesús fue el que precipitó la muerte del Nazareno? ¿Cómo no recordar “el papelón” de Pedro cuando negó a Jesús no una, ni dos sino tres veces? El miedo ciertamente, conduce a ese lado oscuro en el que nos ponemos en evidencia ante nuestra propia fragilidad y que a menudo tiene como consecuencia desgracias para nosotros y para los demás.
A la tierra prometida
La superación del miedo nos lleva a hacer que suceda el sueño de fraternidad-sororidad y Justicia del Reino. Es la superación del miedo la que hace posible el camino hacia la tierra prometida. Es la superación del miedo la que hace a José asumir la paternidad de Jesús. Es la superación del miedo de María de Nazaret la que abre la posibilidad del Enmanuel. Es la superación del miedo la que hace que las mujeres puedan recibir el mensaje de la Resurrección de Jesús.
Bien nos recuerda el Benedictus que “el Sol que nace de lo alto ha venido a desterrar todo miedo iluminando a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Bien nos recuerda el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que la aspiración más elevada del ser humano es el advenimiento de un mundo liberado del temor y de la miseria.
En tiempos de confusión, de miedos, de desconfianzas es cuando se hace más necesario que nunca no caer presa del miedo. Es necesario ser más evangélicamente audaces que nunca. Es necesario ser más valientes para que el miedo no acampe entre nosotras y nosotros, para que el mal no crezca.
¡Osadía, por favor!