VIERNES
En alguna esquina de esas en las que se pillan los constipados de entretiempo en Villanueva de Alcardete, alguna vecina estará comentando con ese retintín de haber sido la primera en enterarse: “¡Que han hecho obispo al hijo de la Jorja!”. Sí, el que se hizo cura por san Romero y desembarcó en Leganés en tiempos de litronas y heroína. A medida que en la Diócesis de Getafe se confiaba en Avendaño para desenmarañar nudos, alguien le recomendó que no dijera que sus padres eran agricultores sin títulos, no se estilaba para ganarse galones curiales. Como vicario, solo dejó a un lado sus barbas, pero no su dignidad ni sus cimientos santos. Porque la Jorja va camino de los altares, como icono de todas las madres y abuelas supervivientes de la posguerra.
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Hubo un tiempo en el que algunos le comparaban con Alfredo Landa, con cierta sorna por su estatura y con desdén al asimilarle al cómico setentero. Incultos ellos, que no sabían que, más allá del landismo, al ganador de tres Goyas se le debe, como poco, su maestría en Los santos inocentes y El bosque animado. Puestos a comparar, el tesón y la calidad interpretativa de Landa es la fidelidad y la calidez evangélica de Avendaño. Y es que la altura de José María no se mide de arriba hacia abajo, sino en horizontal, a ras de suelo, como los pobres a los que acuna. Getafe estrena obispo auxiliar, que eleva la caridad y la humildad de la acera a lema. Como diría Cándido, “mejor no cabe”.
SÁBADO
Arranca la toma de posesión de Gil Tamayo en Granada. Relevo pausado y pautado. Y asumido. Porque a Javier Martínez no se le percibe resistencia. De hecho, me dicen que ya le ha cedido su apartamento. Al paso, me hablan de su pasión cinéfila oriental y su interés por Tolkien. “Cuando las cosas están en peligro, alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven”. Palabra de Frodo.
DOMINGO
Pocos saben de los desvelos de Óscar para que la Iglesia al otro lado del charco aprendiera a comunicar vida nueva –también vale en mayúsculas–. Apuesta callada de quien tiene oficio periodístico acumulado porque sabe lo que cuesta hilvanar una entrevista y coser un reportaje. Hasta que un día alguien se fijó en él. Para una puesta a punto del CELAM que hoy es una realidad. No lo pasó por alto el Vaticano, que primero le fichó para el Sínodo y, ahora, como consultor del Dicasterio para la Comunicación. Saben en quién confía el patrón. Porque Elizalde, experto en retales informativos, no deja dobladillos sueltos.