Viene Pietro Parolin a España, y de momento, sin la fanfarria de la que estuvieron acompañadas en los últimos meses las incursiones en nuestro país de otros cardenales. Y, por supuesto, mucho menos ruido del que arrastró, en 2009, la visita del secretario de Estado con Benedicto XVI, Tarcisio Bertone.
Pero lo importante es que a mediados de octubre llegará el secretario de Estado de Francisco para hablar en Añastro de otro papa, Pablo VI, al que España le causó no pocos desvelos. Y lo hará en el marco del 50º aniversario de la Conferencia Episcopal.
Solo la incertidumbre que a nivel político vivimos desde hace casi un año puede explicar la cautela con la que se está gestionando la visita. ¿Será recibido por los Reyes? ¿Visitarán estos la Casa de la Iglesia para celebrar esta efeméride?
En todo caso, es de destacar el empeño de la Conferencia Episcopal por homenajear a Pablo VI. No fue Montini un hombre querido por el régimen de Franco. Su elección fue saludada como “un jarro de agua fría”. Pero tampoco fue del agrado de todos los obispos. Mimetizados aún con la dictadura, alguna de las intervenciones papales con relación a España les causó gran desconcierto, hasta el punto de que Tarancón, en una reunión de la Permanente, se encontró a varios de ellos “como fuera de sí, gritando y gesticulando”.
Hoy, la sociedad española ni cuenta se da de que aquel Concilio en el que se empeñó Pablo VI fue crucial para poner cuñas en las grietas por donde se resquebrajaría el régimen. La libertad religiosa, la libertad política y la libertad de la Iglesia como opciones del Vaticano II fueron decisivas para la Transición que vino después. Y a la Iglesia le dejó puestos deberes –en los que debe seguir aplicándose– para hacerse “palabra, mensaje y coloquio” con el mundo.
Recordar hoy todo eso, en nuestra actual coyuntura política y eclesial, es no solo justo, sino muy necesario.
Publicado en el número 3.004 de Vida Nueva. Ver sumario