Palos en la rueda


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Parecen lejanas aquellas imágenes del papa Francisco en Río de Janeiro, cuando a poco de comenzar su ministerio era aclamado por millones de personas y exaltado por la prensa mundial. Su imagen de entonces recordaba aquellas de Juan Pablo II, que congregaba multitudes que lo aclamaban en todas sus intervenciones públicas.

Poco tiempo después, desde diversos ámbitos que la opinión pública calificó de “conservadores”, aparecieron los primeros “palos en la rueda” para ese camino emprendido por el nuevo Papa. En los últimos días, la figura pública de Francisco se parece más a la de Pablo VI, luchando pacientemente por llevar adelante las reformas que había comenzado el Concilio Vaticano II. La salida del cardenal Gerhard Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; la licencia del cardenal George Pell; Prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede; rumores sobre una fiesta non sancta a poco más de cien metros de la residencia Santa Marta, empañaron la celebración del día del Pontífice y la creación de cinco nuevos cardenales.

Sin embargo, ninguno de esos hechos rozaron la imagen de Francisco. Tanto la prensa como el ciudadano común, o el feligrés que participa habitualmente de la vida de la Iglesia, consideran al Papa en un sitio que lo hace inaccesible a los escándalos que lo rodean. El Santo Padre ha logrado algo muy difícil de alcanzar para cualquier dirigente: ser considerado alguien que si bien pertenece a la institución a la vez es libre y se diferencia de ella. Por una parte forma parte de la institución, es más, la encarna, él es la Iglesia; pero por otra, en sus gestos, palabras y actitudes, se diferencia de lo que el imaginario social tiene establecido como lo que debiera ser un Papa. Eso lo hace cercano a los que ven la institución a la distancia y a quienes desde la misma institución son críticos con respecto a ella. De alguna manera, en la imagen pública, Francisco es a la vez el jefe de la Iglesia y su principal “víctima”; es alguien que se asemeja a todos los que día a día padecen los errores, pecados e incoherencias de la institución.

Este lugar que ha logrado Francisco en la consideración general –sitio que se ganó a fuerza de sencillez, coherencia de vida y un lenguaje cercano y comprensible– convierte los “palos en la rueda” en un “búmeran” que se vuelve contra quienes quieren obstaculizar su camino. Quien lanza críticas a la acción del Papa recibe muchas más críticas que las que hace. Nadie puede detener su marcha porque se mueve con la autoridad que le da ser el Papa y con la autoridad personal que le da ser la persona que es.

Esta manera de conducir que tiene Francisco, ofrece una pista que deberían observar detenidamente todos aquellos que tienen alguna autoridad: en nuestro tiempo ya es imposible apoyarse solamente en el cargo que se ocupa, que para la mayoría de las personas es poco importante hasta en el caso el Papa; la única autoridad que aún se puede pretender tener es la que da ser una personalidad libre con una conducta coherente y, en el caso de la Iglesia, evangélica.