Sorprendió en estos días la difusión de una carta al papa Francisco, enviada por Thomas G. Weinandy O.F.M., Cap., en la cual realiza una dura crítica a la gestión y el magisterio del actual pontífice. El autor es un experto en teología de 71 años, ex director Ejecutivo de la Secretaría de Doctrina y Praxis de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, entre 2005 y 2013, y ex miembro la Comisión Teológica Internacional, organismo asesor de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano.
Más importante que las críticas que contiene —por otra parte ya conocidas—, el escrito es interesante porque se centra en el tema del lenguaje que el Papa utiliza, y al poner el foco en esa cuestión ilumina, sin proponérselo, la tarea de quienes buscan una manera eficaz de expresarse desde la Iglesia.
En un tono amable y respetuoso el teólogo afirma: “Santidad, su pontificado parece estar marcado por una confusión crónica. La luz de la fe, la esperanza y el amor no está ausente, pero demasiado a menudo está oscurecida por la ambigüedad de sus palabras y acciones. Esto hace que entre los fieles haya una cada vez mayor inquietud”. Luego analiza las conocidas disputas en torno a Amoris Laetitiae y más adelante no se priva incluso de afirmaciones temerarias sobre nombramientos episcopales. Según él, Francisco designa obispos a “hombres que no sólo están abiertos a quienes tienen puntos de vista contrarios a la fe cristiana, sino que también los apoyan e incluso los defienden”. De diferentes maneras, la carta vuelve una y otra vez sobre el tema de la supuesta ambigüedad papal.
Es importante lo expresado por el padre Weinandy porque sus palabras transmiten algo que de diversas maneras está presente en muchos hombres y mujeres de Iglesia que reclaman un discurso más claro y contundente, que no deje espacio a ninguna duda; y que deducen que esa ambigüedad que critican es, en el fondo, una estrategia, una forma de conducción algo maquiavélica. Esto último, que se trata de un prejuicio que esconde una falta de caridad hacia el Papa, también queda como afirmado entrelíneas en la referida carta.
El tema importa porque se está hablando del lenguaje que se debe utilizar y conviene detenerse en el contenido de esta carta porque precisamente vivimos en un tiempo en el que la Iglesia en general está buscando “un lenguaje”, una manera de hablar que le permita hacerse entender mejor.
El lenguaje del Evangelio
Me pregunto cómo se sentirán las personas que así se refieren al magisterio papal cuando leen los Evangelios, porque allí no se encuentran con esa claridad que reclaman. Las palabras y los gestos del Señor están abiertos a muchas interpretaciones, son expresiones que abren puertas, ventanas y caminos. Siglos de reflexiones teológicas son testigos de la insondable riqueza que se esconde detrás de las afirmaciones y los gestos del Señor. ¿Alguien se atrevería a decir por eso que las afirmaciones del Maestro son “ambiguas” y que detrás de ellas se esconde un proyecto “maquiavélico”?
Lo que a muchos les cuesta entender es que el Papa utiliza un lenguaje evangélico, sugerente, desafiante, vivo; que obliga a respuestas personales y comprometidas. Es justamente esa la novedad de su aporte y la diferencia entre su manera de expresarse y el de la mayoría de los eclesiásticos; es precisamente ése el motivo por el que sus palabras impactan e importan en el mundo.
Cuando Francisco habla está evangelizando, es un pastor, no un profesor de derecho canónico o de teología moral. Y el lenguaje del Evangelio es palabra viva que transforma, “espada de dos filos” dirá San Pablo. Quien confunde “palabra viva” con “ambigüedad” está en un problema; algo muy profundo no está siendo comprendido.
El lenguaje del Evangelio, que es el que usa el Papa, no contiene definiciones académicas, pero por eso no deja de ser claro. La claridad de la ley, o de la ciencia, no es la única claridad. Lo que el Papa transmite está muy claro si se escucha con oídos de discípulo que quiere aprender, pero se convierte en un laberinto cuando se escucha “para poner a prueba” al Señor, como hacían los “maestros de la ley”.
El mismo Jesús vive esa experiencia de no ser comprendido por todos y al vivirla exclama: “Yo te alabo, Padre, Señor del cierlo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y las has dado a conocer a los sencillos” (Mt 11, 25). Por eso, en este tiempo la gente sencilla también comprende la claridad de Francisco.
El problema para muchos no es que el Papa sea ambiguo, sino que es demasiado claro; y esa claridad pone al descubierto las oscuridades de muchos corazones. A usar ese lenguaje estamos invitados.