Para aquellos que están acostumbrados a ver al Papa en acción, lo que ocurrió el domingo, cuando el Papa contestó públicamente al cardenal Robert Sarah sobre su interpretación del documento pontificio ‘Magnum Principum’ y si este significa la pérdida del control vaticano sobre las traducciones litúrgicas (Francisco insiste que sí), puede haber sido una sorpresa.
Sarah es el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. En un comentario sobre ‘Magnum Principium’ a principios de este mes, minimizó sus consecuencias sobre el papel del Vaticano sobre las traducciones, reclamando que su oficina podría “imponer” todavía algunas decisiones. No es así, le dijo Francisco a Sarah: “El proceso de traducción de los textos litúrgicos relevantes (…) no debe conducir a un espíritu de imposición a las conferencias episcopales de una determinada traducción realizada por el Departamento, ya que con ello se perjudicaría el derecho de los obispos consagrado en el canon”.
Tal respuesta, rápida y directa, puede parecer que no es muy de Francisco. Se trata de un Papa que, después de todo, dijo en 2016 que “no le quitan el sueño” las críticas a sus decisiones y ha hecho un principio de gobierno el no entrar en discusión. Y tal es así que nunca respondió directamente a las ‘dubias’ que los cuatro cardenales le remitieron sobre ‘Amoris laetitia’.
¿Por qué entonces Francisco ha respondido en su nombre y tan rápido, casi punto por punto a Sarah? Puede haber por lo menos, tres factores:
El Papa quiere que su política se implemente legalmente
Primero, ninguno de los cardenales que remitieron las ‘dubias’ sobre ‘Amoris laetitia’ tiene autoridad oficial sobre cómo el documento será implementado o interpretado. Ninguno era responsable, por ejemplo, del nuevo Dicasterio de Laicos, Familia y Vida. En el caso de ‘Magnum Principium’, por el contrario, Sarah es el encargado del departamento que tiene que poner el documento en acción. Si no está en sintonía con Papa, entonces el abismo debe ser todavía más preocupante para el Pontífice, quien quiere, claramente, que su nueva política se implemente lealmente. (Por supuesto que es el primer desencuentro entre Sarah y el Papa, y reforzará la pregunta en algunos ámbitos de por qué el Papa no hace cambios ya. Pero tratar de entender por qué esa limpieza general no es el primer instinto del Papa nos llevaría mucho más lejos…).
Francisco cree firmemente en las conferencias episcopales
Segundo, comparando ‘Amoris laetitia’ con ‘Magnum Principum’, estaríamos tratando con diferentes niveles en las ganas del Papa de ser preciso. La exhortación, con su controvertida apertura de la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente tras un proceso de discernimiento, implica un cambio en lo que ha venido siendo la disciplina oficial de la Iglesia. Si ese cambio es una evolución natural o una ruptura, sigue siendo objeto de debate, pero, en cualquier caso, es algo nuevo, y las divisiones sobre ello han sido evidentes durante los Sínodos de 2014 y 2015. (Permitir comulgar a algunos creyentes divorciados y vueltos a casar es “nuevo”, es decir, en el sentido de ser ratificado por un dictado papal oficial. Por supuesto, en algunas partes del mundo católico esta ha sido una práctica habitual desde hace mucho tiempo.)
Por esto, Francisco puede creer que la Iglesia necesita experiencia pastoral con la nueva disciplina, –investigación y desarrollo– antes de lanzarlo, con todo lujo de detalles, matices e implicaciones. En lo que se refiere a la traducción litúrgica, en cambio, Francisco obviamente cree que ya hemos tenido la experiencia pastoral necesaria y ahora hay que detallar cómo van a funcionar las cosas de aquí en adelante.
Después de todo, Francisco fue obispo y cardenal durante diez años, en el momento álgido de las “guerras litúrgicas” en la Iglesia católica. Aunque el mundo hispano parlante no entró de lleno en ellas como los anglo-germano parlantes, era muy consciente de las quejas que había entre los obispos sobre la arrogante concentración de poder en Roma. (Recuerdo vivamente escuchar a los obispos japoneses, por ejemplo, quejarse al final de los 90 que traducciones muy trabajadas y ponderadas estaban siendo rechazadas o modificadas en la Congregación –donde nadie hablaba japonés–, de manera que las decisiones se trasladaban a “consultores” anónimos, por encima de los juicios oficiales de la totalidad de una conferencia de obispos.)
Francisco cree firmemente en las conferencias episcopales, en parte por su experiencia en el CELAM. Durante sus años en Argentina, también tuvo sus roces con lo que consideraba un Vaticano excesivamente intervencionista, ya que algunas de sus decisiones o recomendaciones fueron puestas en duda o rechazadas. Por todo ello, pareciera que Francisco no ve la necesidad de más investigación y desarrollo. Hay que lanzar el nuevo producto ya.
Bergoglio ha sido llamado a una “sana descentralización”
Tercero, podemos ver que el Papa tiene diferentes niveles de intensidad en los temas. Con respecto a ‘Amoris laetitia’, Francisco ha expresado varias veces su irritación cuando el foco se puso en el debate de la comunión, incluso sugiriendo que solo se trata en una nota al pie para enfatizar lo que él cree que son los auténticos problemas en lo que se refiere a la familia del siglo XXI.
Y así lo hacía ver en una rueda de prensa a bordo de un avión en 2016: “Cuando convoqué el primer Sínodo, la gran preocupación de la mayor parte de los medios de comunicación era: ¿podrán recibir la comunión los divorciados que se han vuelto a casar? Y como yo no soy santo, eso me molestó un poco y también me dio un poco de tristeza. Porque yo pienso: pero esos medios de comunicación, que dicen tantas cosas, ¿no se dan cuenta de que no es ese el problema principal? ¿Acaso no se dan cuenta de que la familia, en todo el mundo, está en crisis? Y la familia es la base de la sociedad. ¿No se percatan de que los jóvenes no quieren casarse? ¿No ven que la disminución de la natalidad en Europa es como para ponerse a llorar? ¿No saben que la falta de trabajo y la dificultad para encontrarlo obligan a que el padre y la madre tengan dos empleos, y que los niños crezcan solos, sin aprender a crecer en diálogo con papá y mamá? Estos son los grandes problemas”.
Cuando habla de la traducción litúrgica, y quién lleva la voz cantante, Francisco considera que no es una nota al pie, sino el asunto principal. Se ve a sí mismo como un Papa del Vaticano II y que ha sido llamado a una “sana descentralización” de la Iglesia, como una tarea principal de cara a la aplicación del legado del Concilio. Como resultado, Francisco no es dado a molestarse cuando la gente cuestiona sus decisiones sobre ese tema, porque, por lo menos, están entiendo el asunto. Estas tres consideraciones pueden no tener sentido en una explicación detallada, pero quizá por lo menos añadan claridad sobre por qué esta vez el Papa no solo estaba dispuesto, sino encantado de dar respuesta a esa ‘dubia’.