El pasado día 30, el Santo Padre tuvo un encuentro con los Siervos Pobres de la Divina Providencia. Como les transmitió, esta, la Divina Providencia, “no significa esperar que lluevan del cielo las soluciones a los problemas y los bienes que necesitamos” sino “compartir con los demás lo poco que tenemos para que a nadie le falte lo necesario”. Y añadió: “Es la actitud del cuidado, más necesaria que nunca para contrarrestar la de la indiferencia”.
- PODCAST: Sinodalidad sin aditivos
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Ese cuidado al que hace referencia es necesario para llevar a cabo cualquier labor; pero más si cabe para la labor del ecónomo. Un ecónomo no es un simple contable y supervisor, es el responsable de las finanzas de un instituto. Y para ello, debe anticipar lo que pueda venir a futuro, debe planificar y estudiar los distintos escenarios que se presentarán en el ámbito económico. Debe ser previsor.
La Iglesia, por su propia naturaleza, tiene como objetivos, entre otros, la asistencia a los más desfavorecidos, el fomento de la educación y la cultura, y por supuesto la actividad evangelizadora y pastoral. Para llevarlos a cabo, el compartir cobra especial relevancia. Son obras poco lucrativas en la mayoría de los casos, por no decir deficitarias con un gran consumo de recursos, lo que pone en evidencia la necesidad de una buena gestión, no sólo en la parte del gasto, sino también en la de los ingresos.
Ahorro de la Iglesia al Estado
Por su idiosincrasia, la Iglesia no busca lucrarse. Ni con dichas actividades, ni con otras relacionadas con la gestión patrimonial. Pero debe ser capaz de conseguir los recursos necesarios para llevar a cabo su labor. El fin de dicha gestión patrimonial no es otro que disponer de recursos para la misión, para poder emprender obras (fundamentales por otro lado) que quedarían huérfana de no ser por la Iglesia, generando mayor número de desamparados y necesitados. El estado, al menos en España, no tendría capacidad de asumir estos gastos, y es que el ahorro que además la Iglesia proporciona al Estado, y por ende a la sociedad, es considerable.
Por todo ello, es necesario buscar el equilibrio. Equilibrio entre ayudar (empleando los recursos para desempeñar la misión) y poner a trabajar el resto de recursos para que, bien gestionados, nos permitan hacer sostenibles no ya la institución, sino su obra. Imaginemos que disponemos, sin orden ni concierto, de todos los recursos disponibles para un proyecto puntual. ¿Qué sucedería entonces con el resto de obras que dependen de nuestra institución? ¿No sería mejor usar esos recursos con cabeza, poco a poco, permitiéndoles que se regeneren a medida que pasa el tiempo?
Planificar, presupuestar, anticiparse, controlar y supervisar… Esas son tareas del ecónomo, al tiempo que se deja ayudar por profesionales competentes y afines en aquellas que le sean más ajenas, como pueda ser la gestión patrimonial. ¿Acaso no se recurre a un médico cuando estamos enfermos? Igual se debe acudir a un profesional que nos ayude con la gestión patrimonial, pues de ella dependerá la salud financiera de nuestra institución. Y es que, para compartir, hay que tener.
Un servicio ofrecido por: