Me gustan los profetas. En general. Me gusta lo profético. Otra cosa –imagino– será vivir con uno de ellos o ellas, porque intuyo que nos es más fácil admirarlos que escucharlos. A los profetas se los quiere cuando no se dirigen a uno mismo sino “al de enfrente”, al que también nosotros estamos deseando cantarle ‘las cuarenta’… A los profetas se los tolera cuando lo que denuncian es tan evidente que ni merece la pena intentar desmentirlos. A los profetas se les quiere cuando te encuentras del lado de los más débiles o vulnerados, de los que ya no tienen casi nada que perder porque te lo han quitado casi todo. Cuando nos molestan los profetas verdaderos tenemos que pensar qué estamos haciendo con nuestra vida.
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Me gustan los profetas porque denuncian, pero sobre todo porque abren caminos nuevos. Recuerdo aquel movimiento llamado de “los indignados”, surgido en España tras el 15 de mayo de 2011, de forma inicialmente pacífica y apolítica: estábamos todos hartos de tanta corrupción, injusticia, indolencia, falta de salud democrática. Estábamos indignados. Pero la realidad fue que, como todo lo humano, si no evoluciona muere. La indignación y la denuncia sin propuestas de cambio real, sin motivos para mantener la esperanza de otros, sin un talante que genere puentes y no muros… acaba convirtiéndose en otra cosa.
Me gustan los profetas porque mejoran la vida, empezando por ellos mismos. Me gustan los profetas porque nunca están en el grupo de los que “no vieron nada”. Su indignación siempre se transforma en dignidad, en vida. Y hoy quisiera agradecer a cuantos nos ayudan en algún momento de la vida a ser visibilizados, respetados, creídos, restaurados.
J., un niño de 12 años que sigue en terapia para superar un “acoso que nunca existió según su colegio”, ha escrito esta nota al único adulto -maestro – que creyó en él:
“(…) Nunca pierdas tu personalidad, los niños necesitamos la creatividad de tus proyectos, la variedad de los temas que preparas, tu comprensión, tu justicia. Gracias por tu infinita paciencia que tienes con nosotros, por respetarnos, escucharnos y animarnos siempre. Por haberme acogido en tu “árbol” el lunes 21 de marzo de 2022 (primer día de la primavera), No lo olvidaré jamás. Me has ayudado a tener nuevos amigos. Ojalá que nunca se te quiten las ganas de enseñar y de aprender. Cuando esté en el instituto me hará muy feliz visitarte. Por favor, ayuda a los que más lo necesitan, a los que se sienten solos/as, a los nuevos”.
Silencio cómplice
Existe el silencio cómplice, la mentira, la cobardía de los buenos… pero también existe gente como este maestro. Personas que nos acogen ‘en su árbol’ con tanta verdad que bien podríamos poner fecha y hora, como hace P. J. Y eso, a buen seguro, no lo olvidaremos jamás. Tampoco cuando siendo ya adultos aparece alguien capaz de vernos, de cuidarnos, de abrirnos un espacio de libertad y seguridad para rehacernos.
Una última confidencia. Una tarde paseando P. J. comentó de repente:
“En el colegio hay un solo Ents“. ¿Qué es eso?, dijimos. “Los Ents son los pastores de árboles, en El Señor de los Anillos. El maestro A. es el único Ents del colegio… Es el único capaz de hacer caminar a los árboles que somos nosotros”.
Yo tampoco sabía qué son los Ents ni he visto o leído el Señor de los Anillos, pero no lo necesité para entender lo que quería decirnos. Cualquiera que se haya sentido amenazado, bloqueado, dañado, como sin capacidad para moverse, sabrá lo importante que es que alguien sea capaz de pastorear a un árbol hasta el punto de hacerlos caminar.
Ante una injusticia, no miremos por otro lado. Ante un sufrimiento ajeno, no miremos para otro lado. Ante chismes y burlas, no miremos para otro lado. Todos tenemos dentro esa capacidad preciosa de ser profetas y denunciar, visibilizar. Pero sobre todo, tenemos la capacidad de dar vida, de abrir caminos donde todo parecía un yermo. En definitiva, de hacer caminar a los árboles si dejamos gestar suficiente esperanza para cambiar la vida.
A tantos Ents que nos rodean, a ti que cuidas de otros, a ti que haces que el mundo sea más amable: ¡gracias!