Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

“Parecer normal” sin serlo ni estarlo


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Hace unos siglos atrás, ser ateo en Occidente era considerado una rareza; hoy, en cambio, se ha dado vuelta la tortilla y ser creyente y testimonio vivo del mensaje de Cristo resulta casi “anormal” en medio de un mundo laico, tecnológico, economicista, cientificista, consumista e individualista, donde vale más rendir y aparentar que amar y servir.



Por lo mismo, ser “bichos raros” o minoría exige una reflexión profunda y una fortaleza interior que no siempre es fácil de vivir porque anhelamos pertenecer a la sociedad. Quizás, muchos que podrían ser creyentes, como el rico del evangelio, ahora también se alejan de Dios y su Iglesia por no poder seguir la radicalidad del Señor y prefieren ser del mundo “normal”.

¡Normalidad!

Convengamos que la “normalidad” a secas no existe, pero sí el acuerdo social de ciertas funciones, estética y modo de relación que se asimilan con facilidad porque no llaman la atención y porque tenemos códigos previos para poderlos administrar. Quizás todos, consciente o inconscientemente, tratamos de parecer normales frente a los demás por la necesidad de pertenencia y aceptación, pero, cuando hay características físicas, de personalidad, ideas, creencias o modos de ser que son diferentes a la masa, vivimos en una tensión mayor que la habitual. El estrés se produce cuando entran en conflicto la autenticidad con la necesidad de apego y nos esforzamos por “parecer normales sin serlo ni estarlo”.

VAticano Plaza

Quiero compartir un pequeño testimonio para aterrizar. Hace una semana fui a un matrimonio muy lindo y me arreglé con esmero para subir mi ánimo y autoestima, ya que aún mis brazos, que me quebré hace cinco meses, están sin sanar. El vestido y el maquillaje me hacían lucir completamente normal, por lo que nadie notó con qué dolor recibía los abrazos de saludo, cuánto sufría al no poder bailar como antes y, sobre todo, nadie se percató del temor constante de que alguien me pasara a llevar, me cayera o los tacos me hicieran una mala pasada y no me pudiese afirmar. No era momento de contar lo que tenía al resto y tampoco de aguar la fiesta con la tragedia de mis húmeros, por lo que hice todo mi esfuerzo por parecer “normal” sin estarlo y camuflarme entre los saltos y bailes de los demás. Me trataron como una más, pero por dentro sabía que no era igual.

La relación con el Sínodo de la Sinodalidad

Así como esta vivencia corporal me ha costado tanto asimilarla y aceptar que solo puedo esperar “haciendo todo como si dependiera de mí, pero sabiendo que todo está en manos del Señor”, visualicé también a nuestra Iglesia con los dos brazos fracturados, pareciendo “normal” como antes, pero profundamente herida y necesitada de sanación. Hoy, “lo normal” es estar alejados de Dios y rendirle adoración al dinero, a las armas y al poder.

¿Cómo lidiar con eso? ¿Cómo ser católicos en nuestras familias, trabajos, calles y países? ¿Cómo bailar el baile del mundo cuando nos sentimos frágiles y conscientes de que ya no somos lo que éramos antes? ¿Cuánto autoexigirnos? ¿Qué caídas podemos evitar? ¿Cómo nos acompañamos en este desamparo? ¿Se trata solamente de maquillar y vestir nuestra Iglesia? ¿Cómo ser auténticos con el mensaje de Cristo versus los parámetros del mundo actual? Me imagino la responsabilidad que sienten ahora todos los que participan en el Sínodo y rezo por cada uno de ellos para que encuentren el sano equilibrio que permita avanzar como humanidad.