No es una frase propia. El título de la nota surge de la intención de oración del papa Francisco para el mes de junio 2023, de la que todos los católicos del mundo se unen en una red para clamar por el cese de tan lamentable flagelo.
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El papa exclama, en su petición: “La tortura. ¡Dios mío, la tortura! La tortura no es una historia de ayer. Desgraciadamente, es parte de nuestra historia de hoy”.
Por eso, el deber moral de contextualizar las situaciones en las que sigue estando presente el delito de la tortura y la afrenta contra la persona humana, por razones de odio, persecución política, o presiones ideológicas.
Aunque se crea que es un tema lejano, no es así, en Latinoamérica está presente, y no en una supuesta narrativa construida por los medios. La certeza de la violación de los DDHH es una realidad tangible y comprobable, y nadie con un ápice de decencia se atrevería a negarlo.
El penoso referente venezolano
Específicamente, y no por ser más importante o más grave, la situación en Venezuela, tema que se ha convertido en un penoso referente, en materia de DDHH, durante los últimos años.
La Corte Penal Internacional abrió el 03 de noviembre de 2021 una investigación sobre crímenes de lesa humanidad cometidos en el territorio desde el 12 de febrero de 2014, según lo señala el comunicado oficial del ente internacional.
La fase preliminar de investigación incluyó la recepción de testimonios por parte de las víctimas y fueron contabilizadas más de 8.900 agresiones que presuntamente pueden ser consideradas crímenes de lesa humanidad.
Un horror que nadie puede esconder, porque aunque no todos los casos sean concluyentes, la cifra per se es una llamada de alerta a la conciencia civil y democrática.
Asumir el compromiso de erradicar la tortura
De allí, que sobran los motivos para tomar en serio la intención del papa Francisco, en el propio continente del que salió, y en el que siguen creciendo las pretensiones arbitrarias por parte de las autoridades.
En el video, Francisco menciona que también “Existen formas de tortura muy violentas, otras más sofisticadas como el trato degradante, la anulación de los sentidos o detenciones masivas en condiciones que no son humanas, que quitan la dignidad de las personas. Pero esto no es una novedad. Pensemos en el propio Jesús, cómo fue torturado y crucificado”.
Por eso la Iglesia y los cristianos necesariamente deben asumir el compromiso de pedir y trabajar para que se detenga el horror de la tortura, pues como lo dice el mismo pontífice: “Es imprescindible poner la dignidad de la persona por encima de todo”.
Francisco no está innovando en la postura de ética social cristiana, ya el Compendio de la Doctrina Social señalaba:
“Se debe observar escrupulosamente la regla que prohíbe la práctica de la tortura, aun en el caso de los crímenes más graves (…) Los instrumentos jurídicos internacionales que velan por los derechos del hombre indican justamente la prohibición de la tortura como un principio que no puede ser derogado en ninguna circunstancia” (CDSI 404).
Por lo que sólo desde una recta conciencia civil y democrática podrá erradicarse tan alarmante situación, que nos exige y obliga a todos a sumarnos a la intención del papa Francisco.
Si, en nombre de la conciencia humana, del bien, de Dios, de todo fundamento de razón: ¡Paremos la tortura!
Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey