El juramento
La jura del cargo de políticos y otros miembros de la administración pública, siendo un acto breve, siempre ha tenido su parte de colorido. Lo tuvieron durante años los nacionalistas que el Congreso señalaban que lo hacían por imposición legal –como ahuyentando las precauciones de la propia conciencia o voluntad–; lo tuvo hace apenas dos semanas el presidente catalán, Quim Torra, al omitir en su fórmula –como hiciera Puigdemont en 2016–, cualquier mención a la Constitución y apelando a la soberanía del “pueblo de Cataluña” representado en su parlamento.
También ha tenido su interés que, tradicionalmente, unos cargos ‘juran’ mientras que otros ‘prometen’. Con las mismas implicaciones jurídicas a la hora de desempeñar su puesto, el juramento siempre ha apelado al valor de un testigo para asegurar el cumplimiento de un compromiso y, en último término la búsqueda del bien y la verdad. Y en este objetivo, el poder de Dios –representado en la Biblia y en el crucifijo– parece más que pertinente. Aunque el juramento puede verse desde un sentido más inmanente, depositando la confianza en un poder más humano o institucional como el Estado de derecho representado por la Constitución o los signos del estado. Por otra parte, quien promete parece que adquiere un compromiso de tipo más personal, sin necesidad de nada ni nadie como testigo de esa acción.
El Catecismo de la Iglesia Católica (números 2.150-2.155) se detiene en la cuestión religiosa del juramento al comentar el segundo mandamiento que “prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor”, y es que, como decían los filósofos antiguos, si no existiese la mentira el juramento sería innecesario. Citando un fragmento del sermón de la montaña –“Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno… sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12)–, el Catecismo señala que “Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones”. Parece demasiada altura moral para la política de hoy en día.
El detalle
Una moción de censura ha llevado a la presidencia al socialista Pedro Sánchez, con el PSOE más debilitado de la historia –parlamentariamente hablando–. El pasado sábado inauguró su mandato prometiendo el cargo ante el rey. Por primera vez, en la mesa preparada en la Zarzuela faltaban la Biblia y el crucifijo, como titulaba esta web se había convertido en el “primer presidente del Gobierno sin Dios como testigo”.
Siguiendo las nuevas normas de protocolo de la Casa Real (2014), Sánchez quiso mostrar su laicidad desde el primer momento con este gesto que no debería a extrañar a quienes han seguida la trayectoria y opiniones del líder socialista en materia religiosa. Solamente un ejemplar de la Constitución, con el artículo 62 –sobre las funciones del Rey– a la vista, para estimular al nuevo presidente en el cumplimiento de su promesa.
Este detalle para algunos, en las redes sociales, suponía no una expresión de las creencias personales a la hora de desarrollar su acción política, sino una apuesta por una apuesta por dejar todo signo religioso en el pasado y entrar, por fin, en el siglo XXI. Para otros, simplemente ha sido un gesto de coherencia personal –asimilable en las críticas a esas situaciones en las que se afirma que alguien se casa por la iglesia por las fotos o hace la comunión por los regalos–.
Ahora bien, no parece que Pedro Sánchez, que ha prometido “guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado” haya arrancado artículos como el 16 sobre la libertad religiosa, ideológica y de culto –que entro otras cosas ampara su gesto de prescindir de los símbolos religiosos– o el artículo 27 que garantiza a los padres que sus hijos “reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. A pesar de que los pactos de las últimas elecciones municipales han apartado a muchos socialistas –por imposición de Podemos y sus confluencias– fuera de procesiones y actos religiosos por todo el país. Estaremos al tanto, velando también por la misma Constitución sobre la que él ha prometido.
Los socialistas
El gobierno que llega, con su mayor o menor recorrido por delante, no sabemos si se detendrá a examinar una nueva versión del los acuerdos con el Vaticano o reformulará las relaciones con las confesiones religiosas. No sabemos si recuperará el sentido más pragmático de los tiempos de Felipe González, si rescatará la dinámica del talante de Zapatero que lo mismo confesaba en la COPE que había apuntado a sus hijas a religión que proclamaba en campaña el lema “¡Más gimnasia y menos religión!” o se mantendrá en la extraña equidistancia indiferente de Mariano Rajoy…
La casualidad ha querido que mientras Sánchez prometía el cargo, el grupo de Cristianos Socialistas del PSOE celebraba su 4ª asamblea federal en la sede de la calle Ferraz. Las propuestas del grupo ofrecen una visión más moderada de la laicidad que en público ha defendido Sánchez, por ello sus compañeros, junto con su felicitación, le recuerdan que todos están “juntos por el bien común” por ello “para un cristiano lo importante no es si un político jura sobre la Biblia o ante un crucifijo, sino si impulsa políticas que mejoran la vida de los más desfavorecidos. Y si contribuye a mejorar la convivencia y el bien común”. Un “tiempo nuevo”, han subrayado, en el que “nuestro Secretario General, nuestro Presidente y nuestro partido, reafirmamos nuestro compromiso de seguir trabajando por el bien común como socialistas en la Iglesia y como cristianos en el mundo”. Esperemos que sean algo más que meros deseos.
Un buen momento para rescatar aquellas palabras del cardenal Tarancón, acusado de comunista por quienes intentaban extrapolar a España el proyecto de la Democracia Cristiana a España, cuando decía que “si el PSOE llega al poder no pasaría nada en la Iglesia española. Yo diría que con gobiernos menos católicos la iglesia vive mejor, siempre que la Iglesia mantenga su postura, consecuencia del Vaticano II, de no apoyarse en el poder para su misión, que nunca esté en la lucha por el poder y que sea fiel al evangelio que predica”. Tomemos nota.