Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Pascua y por qué necesitamos darnos prisa


Compartir

En su tradicional mensaje Urbi et Orbi del pasado domingo, el papa Francisco observa cómo los  Evangelios describen la prisa con la que el día de Pascua “las mujeres corrieron a dar la noticia a los discípulos” (Mt 28,8). Y, después que María Magdalena “corrió al encuentro de Simón Pedro” (Jn 20,2), Juan y el mismo Pedro “corrieron los dos juntos” (cf. v. 4) para llegar al lugar donde Jesús había sido sepultado. Dice el Papa que en “Pascua el andar se acelera y se vuelve una carrera, porque la humanidad ve la meta de su camino, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a ir de prisa hacia Él, esperanza del mundo“.



Para crear esperanza a veces necesitamos correr, apresurarnos e ir al encuentro, incluso en medio de la tragedia humana y del dolor de la muerte. Este domingo de Pascua las noticias corrieron y los medios nos informaron que los cuerpos de las 40 personas migrantes empezarían a ser repatriados a sus países de origen. El dolor y el sufrimiento de estas familias es inexplicable. Después de que conociéramos los hechos el pasado 27 de marzo nos hemos dado cuenta de que al final la historia se repite: las personas que perdieron la vida solo querían acceder a una mejor opción de vida en medio de presiones económicas, restricciones por su seguridad y el contexto social de sus países en donde ya habían perdido la esperanza.

MEXICO INCENDIO.jpg Copia

Foto: EFE

El calvario empezó en su tierra y a ella están volviendo sin vida en un domingo glorioso de Pascua. Esta tragedia nos hizo comprender el Viacrucis que a diario viven miles de personas migrantes que circulan en territorio mexicano, no solamente por la estigmatización social sino también por la falta de condiciones mínimas de alojamiento, alimentación y salud que se da incluso en resguardo de las autoridades mexicanas.

Gestión endeble

El incendio, aquel que nadie se dio prisa en apagar, dejó demostrado la gestión endeble de autoridades en México para atender las emergencias. Ya muchas organizaciones humanitarias habían señalado que el recinto de la estación migratoria tenía condiciones de poca ventilación, hacinamiento y las condiciones mínimas para habitar un espacio seguro. Se trataba de personas, quizá consideradas de segunda prioridad por no ser mexicanas, pero al final eran vidas. Ni el fuego, ni los gritos, ni el principio de humanidad para “salvaguardar la vida” sin importar el origen hizo que los responsables pudieran darse prisa.

El retorno sin vida de quienes la perdieron en Ciudad Juárez es un recordatorio que en el episodio de la Resurrección ocurrió en un momento de desconcierto, en el que la esperanza estaba perdida, en el que la injusticia se vio consumada. Aún así, siempre hubieron voces que corrieron, que se preocuparon porque estos acontecimientos tenían que saberse. Una noticia inesperada se abrió paso, abriendo un horizonte de fe y esperanza. Ante los acontecimientos de Ciudad Juárez, debemos darnos prisa y anunciar que cada rostro desconocido de una persona migrante, nos confronta ante la urgente necesidad de vivir una Pascua renovada que nos haga movernos a formas más consecuentes de vivirla.