SÁBADO
Festival Nacional de la Canción Misionera. Toledo. Escenario del auditorio del colegio Infantes. Todo el coro a una. O casi. Tiene tres años. Viene con la melodía aprendida de casa. También con la coreografía ensayada. Pero una vez que suena la primera nota, interpreta la canción y los tiempos a su gusto. El lema de este año es ‘Todos, todos, todos’, el grito inclusivo de Francisco en Lisboa. Frente la tentación de la uniformidad en las formas, ella va por libre. Con los demás, pero a su ritmo. Con sus tiempos. Va a ser que la sinodalidad va por ahí.
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DOMINGO
Eucaristía de envío en la catedral primada. “A veces la vida se nos va por las ramas y es necesario podar para concentrarnos en la savia que nos da Jesús”. Homilía del arzobispo Francisco Cerro para no dejarse llevar por adherencias ni distracciones que, a priori, pueden embellecer, pero luego acabar siendo letales para el tronco.
LUNES
Almuerzo en el Colegio Mayor Chaminade. Comparto mesa con dieciséis universitarios. María, Lucas, Santi, Simón, Gabi… Un tercer grado de aúpa. Porque sus preguntas hablan de jóvenes realmente inquietos, que buscan, que no se conforman con un recetario empaquetado para consumir una espiritualidad envasada al vacío. Confirmo esa desconexión entre los ritmos eclesiales de laboratorio y las preocupaciones de quienes desgastan las suelas de sus zapatos fuera de los templos. Son detectores automáticos de incoherencias y disonancias que se traducen en un razonado desapego a la institución.
Tarde con la comunidad de la Sagrada Familia de Burdeos. Con bizcocho por delante. Para endulzar una conversación que tiene algo de agria cuando hablamos de la preocupación por los bancos vacíos. Repartimos culpas y responsabilidades.
Separan varias generaciones entre el mantel del mediodía y el de la merienda, pero en ellas sigue intacta la pasión por contagiar el Evangelio, por reconectar. Ojalá no me jubile nunca de esa vocación de ser testigo creíble.