En el artículo anterior proponía, y desde ahí parto en este segundo momento, la necesidad de que la pastoral escolar se despliegue en tres estratos con objetivos propios y dinamismo particular. Un primer momento era, encarnándose en la escuela, participar sólidamente de su objetivo educativo. Hoy tenemos en mente un perfil de salida que la LOMLOE potencia y que es de una amplitud enorme. En el segundo estrato, el más dinámico, la fuerza se ponía en el anuncio más directo y personal. En el tercero, habría que renovar la tarea pastoral adecuándola a los tiempos y fortaleciendo pertenencia y personalización del propio proceso de fe.
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Me centro hoy en el primer estrato, dándole una vuelta y sugiriendo alguna medida. Como punto de partida tomo el siguiente análisis: más que centrarnos en los análisis religiosos y las estadísticas creadas, que van dirigidas en ocasiones más a formar la opinión que a estudiar en profundidad los procesos sociales y vitales, giraría la mirada hacia el Evangelio y el cristianismo tienen de capacidad de diálogo profundo con la sociedad y en qué medida nuestra antropología y relaciones son formativas. De ahí que sea necesaria una buena reflexión en torno a la persona, más allá de las circunstancias concretas de la modernidad y la posmodernidad. Es decir, más que dar respuesta a nada y antes de nada, consolidar lo que son las claves esenciales de la persona y desarrollar a partir de ahí una dinámica estructurada, en forma de esqueleto general, que articule este currículo.
Por lo tanto, y dado que la escuela está organizada en cuatro grandes etapas, habría que encontrar una clave humana fundamental para cada una de ellas. Pienso en, por ejemplo, verbos con densidad humana y formativa: descubrir, despertar, acompañar, moverse… Dado que el niño y el joven están en la escuela con un crecimiento imparable y en continuo desarrollo, tanto por sí mismos como por el entorno, encontrar los núcleos esenciales a partir de los cuales proponer acciones concretas.
En un segundo escalón de este primer estrato, el paso sería descender más en cada nivel, porque tiene sus particularidades. Saliendo de este modo de una pastoral escolar que ofrece cada año experiencias generales a cada uno y haciendo fuerte un itinerario que pueda ser conocido, practicado y enriquecido progresivamente por los propios educadores, educándose ellos mismos en esta forma de acercarse al alumno, de atender y de potenciar. Siempre, como no puede ser de otro modo, movidos por la alegría del Evangelio, cargando las tintas en lo positivo, en lo bello, en lo verdadero, en lo mejor que esté a disposición para que el alumno crezca. La referencia a la persona de Jesús como modelo de vida y a los grandes testigos de nuestras tradiciones serán un gran alimento para enclavar el itinerario pedagógicamente en la evolución misma del alumno, dejando de mirar fuera y no haciéndole partícipe tempranamente de lo que no es su propio crecimiento y relaciones fundamentales.
Infantil, Primaria y Secundaria
Si, por ejemplo, en la etapa de infantil, donde se da la incorporación del alumno y su familia a la escuela, no se atiende a su capacidad de sorpresa, de admiración, de interrogación, de maravillamiento, de contradicción y contrariedad, lo que llegue no estará siendo adecuado ni al alumno, ni a la escuela como función educativa. Será ambiental, no humano. Transformando esta mirada, la pastoral escolar se adentra en la estructura educativa. Lo cual es esencial. Cuidando al mismo tiempo la globalidad de la persona, que, en este caso concreto, incluye decididamente a su familia. Por lo tanto, tanto en cada nivel como en las acciones estructurales hay que tener esto en cuenta.
En Primaria la situación cambia. Lo que se da es un desarrollo esencialmente de la autonomía del alumno y maduración en su personalidad y relaciones. Descendiendo a cada uno de los niveles, podríamos considerar que hay tres grandes momentos en toda la etapa que se dividen a su vez en dos cursos. Los dos primeros años se podría centrar más en lo visual y espacial. Los dos siguientes en la importancia de las palabras y los dos últimos de la etapa en las referencias personales. Si al principio nos situamos en un entorno, conocemos la realidad y, entre toda la realidad, los lugares más bellos donde ocurren las historias más bellas, en el corazón de la etapa está la adquisición de un lenguaje recibido e incorporado, que permite tanto la escucha, la atención y la búsqueda, como la propia expresión y comunicación con el otro. De ahí que, al final de la etapa, y siguiendo las claves antropológicas cristianas, que a la par que personales son comunitarias, la decisión de estructurar todo en torno a grandes testigos de la humanidad sea muy fecunda, por lo que se destaca en cada uno de ellos, por lo que implica de apertura a lo mejor de la humanidad y por, de igual manera, entrar a formar parte de esa gran historia que cuida y hace avanzar con ideales propios. Personas, en definitiva, de relaciones que participan de lo mejor y pueden concretarlo en lo más cercano.
La etapa de Secundaria y Bachillerato, como las anteriores, tiene sus peculiaridades, que se materializan en un currículo muy enfocado a dotar de una orientación vital a la existencia. Quienes trabajamos ahí sabemos lo que hay en juego, cómo entran y cómo salen, las tensiones a las que están sometidos y las ansias incontroladas que se apoderan de ellos. Por eso, y aquí lo tengo mucho más claro que en otras, la clave fundamental será acompañar. El itinerario de formación debe ser capaz de acompañar, nada más y nada menos, que esos cambios. Descendiendo a cada curso, hay que establecer qué se acompaña específicamente en cada uno. Por dar ideas generales, que habrá que discernir en cada caso: hacer equipo, vivir emociones, cuestionamientos interiores, relacionarse sanamente, abrirse al mundo, clarificar la propia vocación y misión. Todo esto, se diga o no se diga, se cuide o no, lo cierto es que se vive en la etapa y tiene implicaciones personales, sociales, concreciones académicas y opciones vitales.
Cuando hablo de itinerario me refiero a un camino que atienda estas claves fundamentales de etapa y se pueda concretar por niveles. Que su estructura y propuesta sea más bien fija, con pasos y momentos especiales, y al mismo tiempo algo haga presente en todo lo que se hace su referencia y horizonte. Coloca al alumno y al profesor en una situación particular y mirando en una dirección concreta. De modo que, por poner un ejemplo, a la hora de empezar el curso, con la llegada del adviento y la navidad, en la cuaresma y la pascua, y al cerrar el año, esté presente en la propuesta y se haya establecido un material y forma concreta de trabajo en todas las acciones que se llevan a cabo: oraciones y reflexiones, testimonios formativos, propuestas de convivencia, excursión y visitas, celebraciones, proyectos… Para realizar esta tarea lo mejor será un equipo fuerte que trabaje, cada uno según su don y capacidad, por formular unas líneas y transmitirlas a los demás miembros del claustro o educadores implicados.
En este camino (itinerario, currículo y método, hablan de lo mismo) significa vertebrar algo hecho y compartible, fijo pero flexible y evaluable, y dotar a la pastoral escolar de un cuerpo creativo, aunque no cambiante cada año, que abra un espacio distinto en el ritmo cotidiano del alumno y que sea integrador e integrante. Descendiendo un poco más, en esta estructura, hablaríamos de siete encuentros anuales, con su estructura, objetivos, motivo y experiencia. Acompañados siempre por sus educadores cercanos y atendiendo a la diversidad. En un colegio que tenga todas las etapas, hablamos por tanto de desarrollar siete encuentros en los quince niveles. Un trabajo que requiere tiempo y capacidad, diversidad y variedad, por tanto un equipo de preparación con miras altas y claras, igualmente con cualidades diversas en un mismo horizonte de realización.
El proyecto pastoral, evidentemente, no termina aquí. Esto es simplemente una base y fundamento educativo integral a partir del cual seguir ampliando y ejercicio nuestra riqueza creativa, una mayor flexibilidad de propuestas, un apertura a los tiempos mucho más dinámica y movilizadora de lo que actualmente percibo en la mayor parte de realidades escolares y educativas. Si alguien pregunta, ¿esto quién lo hace? Mi respuesta sería por qué no hacerlo entre todos, compartirlo entre todos aprovechando los actuales canales de comunicación. ¿Y quién lo lidera? ¿Sinodalidad, sinergias cristianas, cristianismo en salida?