El gran teólogo alemán K. Rahner, como si fuera una profecía, anunció que en el siglo XXI el cristiano sería un místico o no sería. No fue lo único que dijo, por cierto. Pero es lo que ha quedado grabado. Insinuaba con su contundencia habitual que, si no había experiencia, no habría sujeto cristiano. El contexto social dejaría de soportar y mantener esa opción como algo dado, a lo que sumarse por empuje cultural o del entorno más cercano.
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La problemática se ha agudizado con los años, como bien sabemos los que estamos “a pie de obra” construyendo sin cimientos. El drama se duplica cuando comprobamos que, pese a los cambios, continuamos haciendo lo mismo e intentando equilibrar lo que no se sostiene y desgastando creatividad en lemas, campañas y actividades “de usar y tirar”. No solo es que, sin caer en pesimismos, el destinatario sea diferente al de hace dos décadas, sino que el mismo agente de “la pastoral escolar” es consciente de que no tiene una formación que no está inmediatamente disponible, para la que no hay curso de verano, para la que no hay congreso. Una panorámica sincera y seria, que se debería hacer de una vez para inmediatamente buscar una respuesta potente y coordinada, bastaría para poner en marcha estratégicamente unas cuántas fuerzas elementales.
Con esperanza, y un cierto atrevimiento, me permito hacer unas cuantas reflexiones durante unas semanas en este blog. Ojalá despierten una sincera preocupación y un encuentro entre responsables de estas áreas, fundamentales en la vida escolar y en el proyecto educativo, e igualmente relevantes en la vida de la Iglesia.
El primer punto crucial es que ya no se trata de pastoral, salvo escenarios muy contados. Si por “pastoral” entendemos el acompañamiento en la vida de fe, no nos podemos situar en ese contexto. La respuesta que damos camina en esa dirección y mantiene esas estructuras y formas, pero ya no es válida. Personalmente pienso que donde antes hablábamos de pastoral, de generar procesos, hoy deberíamos al menos considerar tres acciones distintas y no mezclar unas y otras para ganar diversidad y claridad. En un primer término, cuidar el “humus” de la escuela, de la institución. Para ello servirá, en gran medida, nutrirse de la corriente filosófica del humanismo cristiano. Dado que pienso en una institución educativa, formativa y cultural, para el desarrollo integral del alumno, toda la orientación que nace de este humanismo cuadra perfectamente con las acciones que ordinariamente se desarrollan en ella. Sin embargo, es insuficiente en su conjunto. Recupera bien un ambiente que se ha ido cediendo, pretende cuidar aspectos generales, pero no llega a dar respuesta global. En ocasiones, trabajar este ámbito con cobardía ha servido para silenciar una propuesta densa y enriquecedora.
Primer anuncio
Hace falta ofrecer otras experiencias más propositivas. En un segundo plano, orientado directamente a la evangelización, situaría lo que se viene llamando primer anuncio. Que no tiene tanto que ver con “transmitir por primera vez algo” como en un regreso a las fuentes más sanas, más originales. Es este el ámbito que se pierde habitualmente por la falta de fuerzas y creatividad, que se dedican a renovar permanentemente los trabajos del primer plano, que pueden ser pensados con más resistencia y más a largo plazo. En este campo haría falta contar con personas con mucha capacidad narrativa, con mucha proximidad a los alumnos y su realidad. Entiendo que una escuela dispone de plataformas más que suficientes y flexibilidad para cultivar experiencias diversas según los grupos de alumnos y su ritmo. Comprendo que es aquí donde se puede abrir un abanico grande de ofertas que convoquen. Y donde debe situarse el auténtico acompañamiento a los alumnos, especialmente en su despertar y transitar por la adolescencia, donde desean e inician el ejercicio de su libertad y autonomía más plenamente.
Por último, llegaría al ámbito pastoral, aquel que se encarga de procesos de crecimiento en la fe, adecuados al momento vital del alumno. En este plano, más de grupo, más de convivencia, más de ir tejiendo lazos humanos, cristianos y eclesiales, la vinculación y las referencias son básicas. Me sitúo aquí en clave de pertenencia y de identidad común y compartida, de desarrollo de la propia personalidad y formación del corazón en compañía de otros. Esta realidad pastoral, capaz de convocar y agrupar, es específicamente cristiana, abiertamente de fe, esperanza y amor, centrada en el desarrollo de la vida cristiana en el joven en compañía de otros jóvenes.
Si lo anterior, la diferenciación del “humus”, de la evangelización y de la pastoral son necesarias, igualmente se podrá diferenciar el tipo de agentes que participan en esta misión de convocatoria y formación, como también pensar estratégicamente proyectos de largo alcance que ir construyendo desde el punto concreto en el que se está.
Como venimos clarificando, la lógica fundamental de la escuela no puede situar el cristianismo y la Iglesia “tendiendo puentes con el mundo”, como si estuviera fuera de ella, como si no fuera del mundo, como si su propuesta fuera extraterrestre. Se trata, al contrario, de responder a la lógica de la encarnación, que no contextualiza la fe, sino que la vive directamente en la realidad que le ha tocado, se hace presente y se va revelando poco a poco, pero no aparece a fogonazos o en momentos “culmen” como en las teofanías el AT o los profetas o sabios que van sucediéndose a cuentagotas. Más bien al contrario, “está en el mundo sin ser del mundo”, se hace experiencia cotidiana y lo trastoca todo a través del amor en palabras y acciones, del amor en vida contemporánea.