El 23 de noviembre se cumplen cien años del nacimiento de Paul Pésaj Antschel, que firmó su obra poética con el nombre de Paul Celan. Judío asquenazi, nació en la actual Chernivtsi (en alemán, Czernowitz), en la región de Bucovina. Situada en el ojo del huracán de la Europa oriental, Bucovina perteneció sucesivamente al Imperio austrohúngaro, Rumanía y la Unión Soviética. Actualmente, se encuentra en Ucrania.
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Socialista, el joven Paul cursó medicina en Tours, Francia, pero regresó a su ciudad natal para realizar estudios de literatura y lenguas románicas. En 1941, la Wehrmacht ocupó la región y confinó a los judíos en guetos para organizar su deportación. Los padres de Paul fueron enviados a los campos de la muerte. El padre murió de tifus y la madre, una mujer sensible e inteligente que había inculcado en su hijo el amor a la literatura alemana, fue fusilada por su incapacidad para trabajar. Paul pasó diecinueve meses en un campo de trabajo en Moldavia, realizando tareas extenuantes. Siempre vivió con culpabilidad el hecho de haber sobrevivido a sus padres.
Nueva vida en París
En 1948 se instaló en París, consiguió la nacionalidad francesa y obtuvo una plaza como profesor de alemán en la Escuela Normal Superior. Casado con la pintora Gisèle Lestrange, fue un esposo infiel e inestable que mantuvo un idilio tormentoso con la poetisa Ingeborg Bachmann. Fascinado por el pensamiento de Heidegger, visitó al filósofo en su cabaña de la Selva Negra, pero se negó a ser fotografiado en su compañía. Siempre esperó un gesto del autor de ‘Ser y tiempo’, manifestando su pesar por haber apoyado al nazismo, algo que nunca se produjo.
A partir de 1962, Celan sufrió depresiones recurrentes salpicadas de delirios. Pasó un tiempo en clínicas de salud mental, pero la espiral autodestructiva no se desactivó. Gallimard desestimó publicar su obra y la viuda del poeta Yvan Goll lo acusó de plagio. Sobrepasado por el dolor psíquico, el poeta se suicidó el 20 de abril de 1970, arrojándose al río Sena desde el puente Mirabeau.
Poesía profunda y oscura
Paul Celan compuso ochocientos poemas entre 1938 y 1970. Su poesía es profunda y oscura. Influida por la mística judía, el psicoanálisis y la fenomenología, compone un bosque de símbolos de difícil interpretación. Traductor de varios idiomas, nos legó admirables versiones en alemán de Rimbaud, Mandelshtam, Paul Valéry, Shakespeare, Emily Dickinson, René Char y Emil Cioran. Su primer libro, ‘Amapola y memoria’ (1952), incluye ‘Todesfuge’, su poema más famoso, que se ha traducido al castellano como ‘Fuga de la muerte’.
Adorno, al que Celan admiraba, dijo que no se podía escribir poesía después de Auschwitz. Se ha malinterpretado esa frase, pues Adorno nunca pretendió establecer el imperativo moral de no volver a componer poemas, sugiriendo que la belleza carecía de sentido en un mundo oscurecido por el espanto de la Shoah. Su intención era señalar que la poesía asumía un nuevo mandato: reflejar la herida que había sufrido la humanidad tras el asesinato masivo de judíos, gitanos, eslavos, homosexuales y otras minorías.
El horror en Europa
El compositor soviético Mieczysław Weinberg, que perdió a la mayoría de su familia en los campos de exterminio, escribió: “Cuando pensamos en Europa, los judíos no pensamos en la Abadía de Westminster ni en la catedral de Estrasburgo ni en los tesoros artísticos de Florencia ni en las pinturas del Greco: pensamos en Auschwitz”.
Europa es un proyecto que no termina de cuajar. Lejos de avanzar hacia un porvenir de concordia y fraternidad, los viejos demonios han vuelto a circular por el continente, reavivando viejas lepras como el nacionalismo y el racismo. En ‘Fuga de la muerte’, Celan intenta explicar qué significó Auschwitz. No se conocen todas las etapas de la gestación del poema, pero todo indica que empezó a componerse en 1944, cuando aún no había finalizado la guerra. Celan no se hallaba internado en Auschwitz, pero escribía desde Auschwitz, con la autoridad moral que proporciona el dolor.
La lengua de sus verdugos
Utilizaba la lengua de sus verdugos, el idioma con el que había leído a Goethe en compañía de su madre. Empleaba metáforas impactantes: “Negra leche del alba”, fosas en el aire, cabellos de ceniza, violines que marcan los pasos hacia la muerte. Oponía a la Margarita del ‘Fausto’ de Goethe, la Sulamit del ‘Cantar de los cantares’. Con estructura y ritmo de fuga, recurría al contrapunto entre varias voces para crear una polifonía donde se escuchara el clamor de las víctimas, mezclado con las burlas de los verdugos.
La reiteración de imágenes y temas alumbraba una melodía que entona un réquiem por el sueño de una Europa basada en ideas humanistas. Sin puntuación, el poema parece la escenificación del eterno retorno del que nos habló Nietzsche. Encerrado en un círculo, el hombre nunca sale del infierno que él mismo ha creado. “Wir trinken und trinken”: “bebemos y bebemos”.
Responsabilidad moral del cristianismo
Sin convicciones religiosas, Celan destaca la responsabilidad moral del cristianismo en el odio a los judíos. Los nazis querían borrar de la faz de la tierra al pueblo deicida. Margarita soñaba con ahogar a Sulamit para después descansar bajo la sombra del famoso roble de Goethe en Buchenwald, cerca de Weimar. Creo que Celan no advirtió que el objetivo último de la Shoah era matar a Dios para acabar con el mandato bíblico de cuidar a nuestros hermanos. Si Hitler hubiera ganado la guerra, la distopía de un mundo sin Dios se habría materializado. El hombre, erigido en único soberano y legislador, habría acallado definitivamente esa voz interior que le incita a ofrecer cobijo al extranjero, la viuda y el huérfano. Caín habría triunfado sobre Abel.
Emmanuel Lévinas afirmó que la historia de Europa es la historia de una creciente indiferencia hacia el otro. Su profecía se ha cumplido. Ahora el otro no muere en Auschwitz, sino en el Mediterráneo, ahogado frente a las costas de una Europa que no cesa de levantar barreras. Sin la idea de Dios, advierte Lévinas, el amor sin eros, el amor no concupiscente, que nos pide alimentar y acoger al desamparado, parece una extravagancia o ridículo sentimentalismo.
Dios, el primer otro
Dios tal vez es lo “absolutamente otro”, como apuntó Karl Barth, pero también es el primer otro. ‘Fuga de la muerte’ nos habla de un fracaso, pero también nos revela la fuerza del hombre para oponerse al mal mediante la palabra. Europa después de Auschwitz solo puede ser una tierra de acogida, si no quiere que las runas del Reich milenario vuelvan a rodar por el tablero de la historia.
Esta columna nace con ese horizonte. En ‘Fratelli tutti’, el papa Francisco ha señalado que nadie se atreve a decir que los inmigrantes “no son humanos, pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos”. Paul Celan quizás se suicidó en el río Sena porque se sintió menos valioso, menos humano.
Trascender ese yo ensimismado
Ojalá mi cita semanal contribuya modestamente a recordar que la responsabilidad hacia nuestros semejantes es infinita y que, lejos de constituir una servidumbre, nos permite trascender ese yo ensimismado al que hemos convertido en el ídolo de nuestro tiempo.