Mi pelea contra la tecnología


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Nací cuando se escribían cartas, se mandaban telegramas y se llamaba por teléfono: las cartas se ponían al correo, los telegramas costaban según el número de palabras que las telegrafistas transmitían en código y las llamadas internacionales eran costosísimas. Quienes han vivido los años que yo he vivido seguramente recordarán el placer de recibir una carta, un telegrama o una llamada. ¡Qué tiempos aquellos!

Y sigo recordando. En mi casa había radio para oír música, noticias y radionovelas; las películas y los noticieros se veían en las salas de cine; la máquina de retratar, con rollo que llevar a revelar, era un lujo; y –¡bendita tecnología de la primera mitad del siglo XX!– tuve televisión, en blanco y negro, cuando ya estaba casada. Además, las fuentes de investigación solamente se podían consultar en las bibliotecas. ¿Cómo podíamos vivir sin celular y sin internet,? ¿Cómo nos comunicábamos? ¿Cómo se trabajaba sin los avances de la tecnología que hoy tenemos?

¡Yo no me quejo de la tecnología, de la bendita tecnología del siglo XXI! ¡Ni más faltaba! Me declaro celular o móvil-dependiente. Uso WhatsApp. Puedo ver por FaceTime a mis nietas y mis nietos que viven lejos. Estoy en Facebook. Pertenezco a redes sociales. Considero imprescindible el correo electrónico. Escribo un blog. Tengo Netflix para ver películas y Spotify para oír música. Sé aprovechar los recursos de la web para la investigación, consulto Wikipedia cuando necesito información rápida y, hoy día, prefiero leer libros en versión digital, sobre todo, en viajes.

Eso sí, no he aprendido a sacar selfies. No tengo Twitter, ni sé cómo funciona. Y no reenvío correos-cadena a mi lista de contactos. Tampoco me creo todo lo que circula por la red.

Bueno, toda esta introducción para decir por qué peleo contra la tecnología del siglo XXI. Mejor dicho, contra el mal uso de la tecnología cuando contribuye a aumentar la agresividad de sus usuarios y a exacerbar sus miedos, a dañar las mentes infantiles y a tergiversar la opinión disparando falsas noticias, a confundir las conciencias y a facilitar todo tipo de crímenes. Por eso mi pelea con la tecnología. Contra el uso indebido y malintencionado de sus herramientas.

Pero no voy a entrar a analizar el mal uso de la tecnología en campañas electorales que demostraron los triunfos del Brexit, de Trump y del “No” a los acuerdos de paz de La Habana. Ni voy a mencionar la agresividad de ciertos tuits: mejor dicho, de ciertos tuiteros.

Lo que quiero, hoy, es referirme a uno de esos correos que recorren la web y cuyos mensajes, con disfraz piadoso, alimentan los miedos de sus destinatarios. El que recibí esta semana, me dejó perpleja: “Únete a rezar un millón de rosarios por Colombia para salvarnos del comunismo. 8 de diciembre de 2017”. ¿Qué será el “Ejército del santo rosario” que parece ser el responsable de esta invitación? ¿Quién pertenece y patrocina a esta organización que manda semejante tipo de mensajes? Más aún, ¿quién cree en la amenaza del comunismo en 2017? Pues sí, hay gente que cree que el comunismo nos acecha –probablemente con el castrochavismo– y que con oraciones lo podemos conjurar.

Por eso mi pelea contra el uso perverso de la tecnología que engaña a tanta gente incauta que se cree todo lo que le llega por el correo electrónico, el WhatsApp o cualquier otro servicio de mensajería.