Pequeños detalles


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Se llama Jesús y no llega a los 40. Una fila larga serpenteaba hasta el control de pasajeros con sus maletas. Una señora delante de él dijo con cierta parsimonia y hastío: “Nos llevan como ovejas al matadero”. Tengo que decir que siempre ha sido mi imagen recurrente en esos momentos. “Bueno –dijo Jesús–, pero tenemos detrás un pastor, que algo hará”. No pude por menos que sonreír y empatizar con él. “En principio, iré detrás de ustedes”, dije. Aunque no me quedaba otro remedio, pensé para mí que era una buena actitud pastoral. Él comenzó a tutearme y yo también. “Cómo te llamas”, le pregunté, y nos dimos la mano.



Y después, chaqueta, móvil, zapatos, cinturón, llaves… ¡qué pesadez! Pita el arco, vuelta a empezar. Le ayudé a recopilar lo suyo, yo iba ligero de equipaje. Se dirigía a San Francisco. Le invité a un café, casi dos horas de espera. Lo pagó él. Había sintonía, apertura sin conocernos, y ganas de dialogar en torno a una pequeña mesa redonda. Entre nosotros existía como un pacto. Y luego las preguntas de la vida: de dónde vienes, a dónde vas, quién eres, qué haces… Y todo los demás surgía como brotando de un manantial: el pensamiento, los sentimientos, los sueños de futuro. “Mi mujer y yo queremos tener un hijo para afianzar la vida”.

Aeropuerto_embarque

Trabaja en Comunicación, en Silicon Valley. Una vida demasiado estresante. “Aunque para realizar bien mi trabajo necesito una mirada contemplativa. Mi mujer y yo somos católicos. Pero no es fácil participar en la vida de la parroquia: las distancias, el cansancio, los viajes…”. Me llamó la atención positivamente que no utilizara la expresión “pero no practico demasiado”. Él tenía claro el sentido de la comunidad: alimentar y celebrar la vida en medio de los suyos. Lo había aprendido de sus padres.

Ni réplica, ni juicio

Nos escuchábamos y nos preguntábamos. No había intención de réplica, ni de juicio. Y la cadencia de las palabras nos daban paz. En esta sociedad, me decía, etiquetamos, separamos y odiamos. Los porqués se me anclaban en el corazón. En el Evangelio aprendemos que Jesús nunca etiquetó, nunca separó y nos enseñó a mirar con ojos contemplativos, los ojos de Dios.

Esta vida está conformada por los pequeños detalles, es lo único que nos da felicidad, decía. Y con esto me quedé. Después de despedirnos y caminar hacia una puerta de embarque en direcciones contrarias del aeropuerto, comencé a pensar en los pequeños detalles que conforman la vida y dan la felicidad: porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y en la cárcel y vinisteis a verme… ¡Ánimo y adelante!

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