Perdonar es obsequiar un vínculo renovado a otro -después de un daño causado- y hacerlo de manera razonada, libre y completa. Dicho vínculo pudo haberse dañado o roto por accidente, descuido, torpeza o malicia y en todo caso la víctima ofrece al perpetrador la posibilidad de una relación interpersonal restituida. El daño pudo ser individual y mínimo, como una falta de cortesía o colectivo y gravísimo como el genocidio y aún así existe la posibilidad de superarlo. Perdonar no es un acto impulsivo, ni obligado y tampoco alberga cláusulas secretas en la interioridad de quien perdona, y así el perdonar va más allá de lo justo, para dar con intensidad.
En este mundo de intercambios transaccionales multiplicados, donde nos desamigamos por cualquier diferencia, intercambiamos insultos ante cualquier percance y nos educamos a hacer lo que nos place, perdonar pudiera parecer un recurso para los débiles, una injusticia o incluso un acto de masoquismo. Así que en lugar de perdonar preferimos retener las diferencias y permitir que se acumulen, optamos por integrarlas en prejuicios y cuando menos nos damos cuenta nuestra vida interior está plagada de resentimientos hacia personas, grupos o comunidades enteras.
En casos extremos el resentimiento acumulado se vuelca hacia nosotros mismos pudriéndonos por dentro y se derrama hacia otros en toxicidad relacional, discursos de odio, vandalismo, o venganzas homicidas. Tras haber sido víctimas en el pasado, nos hemos convertido hoy en los más crueles perpetradores.
Y todo por no aprender a perdonar. Así que ahí te va este último reto para esta Cuaresma, verificar tu capacidad para superar de este espacio de odio que genera el resentimiento y ejercitar el perdón.
Pacificar, Detenodiar, Perdonar
Otorgar el perdón es el momento cúspide de un proceso de sanación interpersonal, emocional y espiritual, apoyado por el razonamiento y la libertad. El perdón enriquece tanto a quien lo otorga como a quien lo recibe. Múltiples estudios muestran que además perdonar es sano para el organismo y un componente clave en la felicidad duradera. Los vínculos se restituyen, el amor se recupera, la alegría vuelve a la vida. El perdón hace avanzar nuestra humanidad en lo personal, comunitario, social y espiritual.
Sin embargo, otorgar el perdón no es la primera decisión que tomo en este proceso de sanación y realineación. Hay dos decisiones anteriores, una general y otra particular. La decisión general de vida interior consiste en aceptar mi inclinación a vivir en paz. Comprende entre otras cosas, retomar el control de mi bienestar, no verme alterado por fuerzas externas y permanecer calmado en situaciones difíciles, por ejemplo. Cuando decido pacificarme como principio general de vida, busco intencionalmente que la armonía, la felicidad y la plenitud reinen en mí (Mt 5,9).
La decisión particular consiste en detener la retroalimentación de odio que (me) genero hacia el tema específico en cuestión. A este actuar intencional le llamaré detenodiar. Por ejemplo, si como mesero en un restaurante, tengo un cliente que me dio un trato humillante mientras lo atendía, puedo optar por recrearme en la herida o por detenodiar. En el primer caso, decido traer repetidamente a mi mente y mis conversaciones su actitud déspota tronando los dedos o quejándose por todo, las palabras exactas que me hirieron, el malestar que me hizo sentir cuando además me dejó una propina miserable, las miradas de burla de quienes lo acompañaban, mi impotencia por no poderle contestar pues perdería mi trabajo y la indiferencia de mi jefe que no intervino para ayudarme, aunque estaba presente. Lo hago una y otra vez, en privado, con mis compañeros, con familiares y en los medios sociales, solo para darme cuenta que cada vez que recreo la escena, no sólo no la saco de mi sistema, sino que me enojo más, me la paso mal otra vez y en un descuido empiezo a albergar ganas de escupirle a su comida la próxima vez que me lo encuentre. La recreación del daño revive mi dolor, pues yo solito meto mi dedo en la llaga, impidiéndome sanar.
Detenodiar es simplemente reconocer que el maltrato del cliente fue real y decidirme a no seguir reavivando el dolor. No significa olvidar la ofensa, ni renunciar a la justicia, ni mucho menos resignarme a exponerme pasivamente a los futuros insultos del cliente, es simplemente decidirme a no seguir permitiendo que ese incidente específico me lleve a cultivar el dolor, el resentimiento y la venganza en mi corazón.
El tercer paso es ya el perdón. En ofensas simples perdonar puede ser tan sencillo como decidirme a concluir el tema y seguir adelante con mi vida, tal como se saca uno una astilla enterrada en un dedo o una piedra del zapato. Pero si los daños son repetidos o más profundos, tal vez necesite recorrer conscientemente el camino del perdón. Para esto, Desmond Tutu (2014) recomienda decidirse a sanar, ponerse a salvo, contar la historia, nombrar la pena, reconocer nuestra falibilidad compartida, otorgar el perdón y optar por reanudar o terminar la relación.
Notemos que decidirse por la paz interior y detenodiar anteceden la decisión a sanar e impiden que el resto del proceso se vuelva un nuevo acto acrecentado de dolor o masoquismo. Además, ponerme a salvo evita ser victimizado nuevamente tras perdonar. En ejemplo anterior, esto podría significar aprender nuevos puntos de diálogo y técnicas de servicio al cliente, pero en otros casos, ponerse a salvo podría significar literalmente la separación física y obtener órdenes judiciales de restricción para evitar futuros riesgos de violencia física. Finalmente observa que perdonar no necesariamente significa reanudar. En algunos casos, los daños causados pueden ser tan graves y los riesgos de convivencia tan altos que, incluso si la herida ha sanado, es preferible seguir por sendas separadas. Y esa es una decisión exclusiva del afectado.
Te reto
Busca un espacio de silencio para examinar tu vida interior y lleva tu mente a casa. Toma nota si durante el ejercicio surgen dolores interpersonales, rencores, prejuicios, resentimientos o deseos de venganza, por ofensas o daños recibidos. Detenodia, usa afecto positivo incondicional hacia ti mismo y mantén tu paz. Observa si tu dolor es demasiado fuerte para procesarlo por ti mismo y te rebasa. Si es así, tal vez lo mejor sea que te hagas acompañar de un terapeuta o un director espiritual.
Sobre lo que sí puedas procesar por ti mismo, ubica las situaciones específicas que te roban la paz. Si te basta con una decisión consciente para superarlas, enhorabuena. Si no es así, decídete a detenodiar en la situación específica y pregúntate si quieres ya sanar. Toma el tiempo que necesites y narra en un diario tu historia, nombra tu pena, reconoce la falibilidad del otro, decídete a soltar tu dolor, pondera la continuidad en esa relación.
Por otro lado, quizá en tu ejercicio surgieron algunas situaciones donde no fuiste tu la víctima, sino el perpetrador. Si así fue, la invitación es a buscar el perdón y la reconciliación.
Hay un elemento adicional en el reto. Parte de la obviedad de que perdonar no es fácil y que a veces necesitamos un esfuerzo sobrehumano para lograrlo. Este elemento va más allá de la sana intención por recobrar la paz. Trasciende la idea de que todos somos víctimas en algunas ocasiones y perpetradores en otras. Supera la lógica de que si todos practicásemos el ojo-por-ojo, tarde o temprano todos acabaríamos ciegos. Este elemento es contemplar la posibilidad de una acción intencional, que reconecte a todos con todos y reestableza nuestros vínculos. Algo así como un destello unitivo universal que nos abarque a todos, como reboot cósmico de reconexión espiritual. Es la osadía de que alguien se sometió de manera libre, razonada y completa al castigo por reconciliarnos y es también la locura de que por sus heridas hemos sido todos sanados (cfr Is 53, 5). Exacto, te reto a asomarte al misterio Pascual.
¡Feliz Pascua! que salgas de ella con vínculos renovados hacia la Paz y la Vida, que no conoce el ocaso.
Referencia: Tutu, D. (2014). El libro del perdón. Cd. México: Océano.