El huracán de transformaciones provocado por las actuales tecnologías de la comunicación exige una reflexión constante a quienes las utilizamos. Esa reflexión obliga a un permanente esfuerzo de actualización en cuanto a las tendencias, los nuevos adelantos técnicos y dispositivos y, además, a una atenta percepción de las diferencias que existen entre las diversas formas de comunicar y las diversas actividades que se “esconden” debajo del término “comunicación”.
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En un post anterior distinguíamos entre “periodistas” y “comunicadores”, todo periodista es un comunicador pero no todo comunicador es un periodista. Ahora propongo detenernos a analizar brevemente la diferencia que existe entre “el periodista” y “el predicador”, diferencia a la que hay que prestar especial atención en aquellas publicaciones que, como Vida Nueva, desarrollan su actividad en el ámbito religioso o eclesial.
Habitualmente los periodistas que se ocupan de la temática religiosa tienen sus propias convicciones, su propia manera de vivir y expresar su fe, pero la honestidad periodística obliga a una objetividad en la búsqueda y la presentación de la información. Esa objetividad lo aleja del lenguaje, el interés y la manera de presentar su trabajo que tiene el predicador. No es lo mismo ofrecer una información sobre la Iglesia que “defender” a la Iglesia; no es lo mismo reflexionar sobre cuestiones religiosas que pretender “convencer” sobre una opción religiosa.
El periodista no es un predicador ni en la intención ni en las formas, su objetivo es diferente, su objetivo es informar y ordenar la información con independencia de sus propias convicciones y con absoluto respeto por las convicciones del destinatario de su trabajo. En algunos casos esa “neutralidad” no será posible y el periodista de diferentes maneras expondrá su propio punto de vista pero siempre encontrará la forma de distinguir la información de su opinión o convencimiento personal.
Difícil equilibrio
Este difícil equilibrio en el ejercicio de la profesión resulta especialmente importante por la proximidad que existe entre determinadas “convicciones religiosas” y determinadas “opciones ideológicas”. Es muy penoso encontrar “ocultas” en publicaciones “religiosas” algunas cuestiones relacionadas con diferentes posturas ideológicas. Al mezclar ideologías y convicciones religiosas ambas quedan desvirtuadas y pierden su legitimidad, ya sea que esa “mezcla” se haga con una intención determinada o porque no se tiene conciencia de lo que se está haciendo.
Quizás nunca como en estos tiempos ha sido tan importante el ejercicio valiente y lúcido del periodismo como profesión indispensable para una sana convivencia social y también eclesial. La Iglesia necesita tanto de predicadores como de periodistas pero también necesita que sea clara la diferencia entre unos y otros. Son necesarios hombres y mujeres que proclamen con entusiasmo su fe y también son indispensables quienes ofrezcan informaciones y reflexiones objetivas que, en ocasiones, pueden resultar incómodas.
El rigor y la objetividad en la búsqueda y la presentación de las informaciones no se contradicen con el entusiasmo de la propia fe, al contrario, le dan a la propia fe y a las propias convicciones un mayor valor. El testimonio de muchos grandes periodistas que fueron a la vez grandes predicadores (algunos también sacerdotes) y que no confundieron una actividad con la otra, muestra que ese equilibrio es un camino posible.