Recuerdo el 27 de marzo del 2005. El todavía papa Juan Pablo II se asoma a uno de los balcones que abundan en la Basílica de San Pedro, acompañado del entonces cardenal Ratzinger, y visiblemente afectado por sus enfermedades, e incómodo, molesto por la situación, no puede ni siquiera hablar, y ofrece una débil bendición con su temblorosa mano derecha.
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La escena no produjo en mí el suspiro de admiración, que surge al observar a una persona luchar hasta el último momento de su vida; ni el aplauso hacia quien quiere ‘morir en la raya’; ni la constatación del que se identifica con los dolores que padeció Jesús antes de ser crucificado y asesinado. No.
Me molestó que se exhibieran de esa manera las limitaciones del anciano pontífice, que no se respetaran con la intimidad del resguardo sus sufrimientos, que se plasmaran frente a las indiscretas cámaras las muecas del agotamiento y la aflicción.
Algo semejante, aunque en menores dimensiones, sentí el pasado domingo 23. Abotagado por el exceso de medicamentos, balbuceante, y con evidentes dificultades para respirar y hablar, el papa Francisco compareció frente a la multitud durante dos minutos, después de 37 días de haber ingresado al Policlínico Gemelli.
Me pregunto en ambos casos: ¿era necesario? ¿cuál es el mensaje que las autoridades vaticanas quieren transmitir con esas puestas en escena? ¿permitiríamos lo mismo con nuestros familiares más cercanos, con nosotros mismos? Tal ostentación de malestares físicos: ¿cuenta con la aprobación del involucrado?
Es obvio que se quiere mandar la señal de control en el mando: la nave no está a la deriva y, con dificultades, es cierto, Francisco de Roma sigue a cargo del timón. El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, confirmó esta tesis, recalcando que aún en los días más difíciles, el Papa argentino no ha dejado de gobernar a la Iglesia.
Pero, aceptando la necesidad de proyectar esta certeza de liderazgo claro: ¿no podrían suprimirse esas imágenes, que en vez de transmitir seguridad y tranquilidad, ofrecen morbo y consternación? Concedo que no debe propalarse la sensación de una sede vacante, y que es necesario detener las especulaciones sobre los influyentes y reales poderes tras el trono que se derrumba.
Pero si con algo cuenta la institución eclesiástica es con experiencia, administrativa y diplomática, para enfrentar estas vicisitudes. El mismo Parolin, aceptando que Bergoglio ya no podrá trabajar como antes -sobre todo a la hora de presidir celebraciones litúrgicas- anticipa que se deberán encontrar otras formas de liderar a la Iglesia.
Ojalá. Si tanto queremos a Francisco de Roma, es preciso manifestarle respeto en medio de su enfermedad. No hay necesidad de mostrarlo así.
Pro-vocación
Hoy peregrinaremos en México junto a jóvenes de nuestras pastorales, para pedir por la paz en el mundo y en nuestro país. Llevaremos flores y las fotos de los muchachos asesinados recientemente en Irapuato. ¿Impactará positivamente tal acción en el clima de violencia reinante? No sé si en los delincuentes y en las autoridades, pero sí en los familiares de esos inocentes.