Son las jaulas de la vergüenza, del miedo y de la degradación humana. ¿Cuánto vale la vida cuando es así vulnerada y atentada? Según las cifras oficiales más de 2.300 menores han sido separados de sus familias desde el mes de abril; fecha en la cual el presidente de EE.UU. comenzó su cruel mandato en lo que respecta a la política migratoria centrada en procesar a toda persona inmigrante que pretendiera entrar de manera ilegal a este país. Más de 100 de estos niños son menores de cuatro años, separados de sus familias y son encerrados en almacenes dentro de jaulas.
Estos son utilizados como moneda de cambio para que sus respectivos padres y madres acepten deportaciones exprés a sus países de origen con tal de volver a reencontrarse con sus hijos e hijas. Es así como uno de los gobernantes de este mundo demuestra su tolerancia cero y rechazo hacia las personas inmigrantes. Es desesperante y desgarrador el llanto y el pánico que sufren estos menores centroamericanos al ser separados de sus familias por las autoridades en la frontera. Resulta inimaginable el nivel de estrés, miedo y ansiedad a los que están expuestas estas familias.
Es importante conocer y hacer público que no existe ninguna ley, decreto o reglamento donde aparezca que es obligatorio separar a los niños de sus familias y recibir un enjuiciamiento criminal a aquellas personas indocumentadas que hayan cruzado la línea fronteriza. La respuesta que se les ha dado a estas familias ha sido una iniciativa que no aparece contemplada ni avalada en ninguna ley, pero así ha sido por voluntad del gobierno dirigido por Trump.
¿No valemos todos lo mismo?
¿Alguien ha pensado en el daño irreparable que puede causar a estas familias, especialmente a los menores? Estas situaciones tan dramáticas pueden dejarles secuelas de por vida. ¿Quién se hace responsable de dichas secuelas y de sus efectos? ¿Dónde quedan los derechos humanos y la dignidad de las personas? Una vez más, quedamos sublevados al interés y avaricia de los poderosos y al servicio del dios dinero. Aquí radica el problema, tenemos una concepción del mundo en el que no para todos hay lugar y recursos, no todas las personas valemos lo mismo y por lo tanto no tenemos los mismos derechos y la misma dignidad para vivir.
Que ningún ser humano es ilegal, es real y lo sabemos; lo que existe son situaciones administrativas irregulares temporales atribuidas a personas. Aun así, estas situaciones vulnerables son tratadas desde leyes de extranjería con una extrema dureza y violencia que provoca injusticias para un gran sector de la población mundial que queda descartada, ignorada y tratada sin dignidad.
Detrás de estas acciones se esconden las leyes, principios y valores por los que se rige el mundo actual. Estas actuaciones de puro racismo y xenofobia responden a la idea de “tenemos que proteger y defender lo nuestro –nuestro territorio, nuestros recursos, nuestras familias–, a costa de empobrecer y explotar al otro“, mientras lo único que buscan es una vida digna.
Abrir mente, corazón y frontera
Si pusiéramos en el centro la vida de estas personas, si conociéramos y profundizásemos en su historia de vida, podríamos empatizar con lo que hay detrás de cada una de ellas; y la respuesta sería totalmente distinta. Sus mochilas están llenas de persecución, hambre y pobreza, olas de crímenes, explotación y abusos. Acaso desde una mirada tierna y misericordiosa de Dios, nuestro Padre y Madre, ¿no son estas las primeras personas para entrar en el Reino de los cielos?
Multitud de personas, movimientos, asociaciones y ONG hacemos un llamamiento a los gobiernos y partidos políticos para que abran sus mentes, corazones y fronteras a las personas afectadas por las injusticias que les obligan a dejar sus hogares. Necesitamos una ciudadanía abierta a conocer al otro y a acoger con solidaridad y hospitalidad la fragilidad de la vida humana.
Todos hemos sido, somos o podemos llegar a ser algún día desterrados de nuestras tierras y hogares, vernos obligados a emigrar, o convertirnos en refugiados. No lo olvidemos nunca. En palabras del papa Francisco: “Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos, como una única familia humana, somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde toda lágrima será enjugada, donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo”.