Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Pierre Toussaint, el más querido de entre los más despreciados


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En alguna ocasión me han preguntado cuál es el caso que más me ha impresionado de los que he tratado desde que trabajo en las causas de los santos. Han pasado ya años, son muchas causas las que he estudiado y algunas tengo que reconocer que me han dejado una huella especial, de esas que te cambian un poco por dentro. Pero entre ellas sin duda tiene un lugar especial la de Pierre Toussaint, que fue declarado venerable por Juan Pablo II en 1996 y está a la espera de un milagro para llegar a la beatificación. Llegue o no llegue, vale la pena conocer su vida.



De primeras parecería un gran desconocido, y para la gente de nuestra tierra probablemente lo sea, pero fue bien conocido en su tiempo y considerado santo hasta por muchos protestantes de su época; por algo es el único laico enterrado en la cripta de la catedral de San Patricio, en nueva York, rodeado de eclesiásticos importantes. Y solamente era un esclavo.

Pierre había nacido en una familia de esclavos alrededor del año 1766 en Haití, entonces la colonia francesa más rica del Caribe por sus numerosas plantaciones, si bien hoy sea la más pobre, y ciertamente no por falta de recursos. Pierre y su familia pertenecían al sr. Jean Bérard, acaudalado empresario neoyorkino. La mayoría de sus esclavos trabajaban en los campos produciendo azúcar, café, tabaco y fruta, pero Bérard se encariñó con Pierre, asignándole a trabajar en su residencia; permitió que su abuela le enseñara a leer y escribir, lo cual, lamentablemente, no era normal para los esclavos.

En 1791, cuando el clima revolucionario francés llegó hasta las posesiones de ultramar y, por lo tanto, también a aquella isla, se produjo la gran revuelta de los esclavos en Haití. Jean Jacques Bérard, el sucesor de su padre, decidió prudentemente irse a Nueva York hasta que las cosas se calmaran un poco y trajo consigo a su esposa, a sus dos hermanas, a cinco esclavos y solo lo suficiente para mantener a la familia durante un año. Entre los esclavos que fueron con él estaban Pierre y su hermana Rosalía, quienes nunca volverían a ver al resto de su familia porque nunca regresaron a Haití.

Pierre Toussaint

Cuando llegó a Nueva York, Bérard hizo que Pierre se convirtiera en aprendiz del sr. Merchant, uno de los mejores barberos de la ciudad. “En esto debe haber intervenido la mano de la Providencia”, dirá luego Toussaint, considerando cuán útil le fue esa profesión para dar espacio a su inmensa caridad. En el aprendizaje progresó rápidamente, demostrando un gran talento para los peinados elaborados de aquellos días, y las clientas comenzaron a pedirlo por su nombre, convirtiéndose rápidamente en el estilista de las esposas de las familias más ricas de la ciudad. No hay que olvidar que en ese momento, dicha aristocracia era protestante y blanca (los famosos w.a.s.p.s., que todavía abundan allí), en general miraba con desprecio todo lo que era católico y estaba llena de prejuicios raciales. Sin embargo, Pierre pronto fue apreciado por su discreción y comportamiento exquisito, como explicó Christian Tyler en el Financial Times: “Pierre Toussaint fue admirado por la aristocracia protestante blanca de Nueva York que lo trataba como a un igual, le contaban sus preocupaciones y él les aconsejaba”.

En 1801, el sr. Bérard quiso regresar a su plantación para salvar todo lo que podía de su patrimonio, pero se dio cuenta de que toda su propiedad se había perdido irrecuperablemente. Pronto murió de pleuresía y las desgracias acompañaron a su familia, pues también los negocios de los Bérard en Nueva York fracasaron con la quiebra de la empresa en la que se habían depositado, dejando a la viuda en una gran pobreza. Desesperada, le rogó a Pierre que vendiera sus joyas pero él, en cambio, discretamente, sin que nadie lo supiera, asumió todos los gastos de la casa con su sueldo de diseñador. Transformado en el único hombre de la casa, asumió voluntariamente y por puro amor la tarea de proteger a la familia de sus antiguos amos.

Tal vez a algunos les pueda parecer fácil esta decisión de Pierre, pero ciertamente no lo fue para él en su momento y en realidad no lo es, y quizás a la luz de la cultura en la que vivimos, es más fácil comprender su valor. El perdón y la misericordia evidentemente no son valores de moda, pero mucho menos el dar la vida por el enemigo. Precisamente el movimiento Woke, uno de los más poderosos hoy en día en los Estados Unidos, que promueve la llamada cultura de la cancelación para revisar según su propio gusto la historia menos cómoda, mira con horror la posibilidad de que un esclavo dé la vida por sus amos.

El peluquero de la aristocracia

Desde entonces, Pierre dedicó su vida a la peluquería, como ya hemos dicho, en una Nueva York donde la alta sociedad despreciaba a los afroamericanos y a los católicos. Por aquella época Elisabeth Seton, primera santa de los Estados Unidos, miembro de aquella aristocracia, vio cómo todos le daban la espalda cuando decidió hacerse católica. Pues bien, Pierre llegó a ser el peluquero más famoso de la ciudad, cuyo trabajo era buscado por toda esa sociedad llena de prejuicios. Su clientela era muy diversa, muchos eran miembros de la élite de la ciudad, también líderes políticos, empresarios y figuras destacadas de la sociedad.

Con sus ingresos, Pierre tenía la alegría de hacer algo que muchos considerarían impensable: proporcionar a su dueña, ahora viuda e indigente, la misma vida tranquila de la que había disfrutado hasta entonces. Pero llevó su caridad hacia su dueña a un punto raramente alcanzado por los hijos en comparación con sus padres, pues cuando ella se volvió a casar en 1802 con Gabriel Nicholas, un pobre músico, Pierre comenzó a ayudar a los recién casados, porque pronto el marido perdió su trabajo.

Pocos años después, la sra. Bérard enfermó y murió a la temprana edad de 32 años. En su lecho de muerte, el 2 de julio de 1807, proclamó que no había recompensa terrenal suficiente para pagar los servicios que este había prestado. Evidentemente Pierre podría haberse emancipado mucho antes y haber acumulado un buen patrimonio, pero prefirió permanecer al servicio de Marie Bérard hasta su muerte. Aún así, en 1811 ya había ahorrado suficiente dinero para pagar por la libertad de su hermana Rosalie y entonces se sintió capaz de proponer matrimonio a Juliette Noel, también esclava de Haiti que conoció en Nueva York.

Casado con otra haitiana

Durante su vida juntos, Juliette y Pierre se dedicaron a las obras de misericordia, creo que no olvidaron ninguna de ellas: adoptaron a muchos niños negros de los que vagaban por las calles y los criaron como si fueran suyos; acogían también viajeros y personas sin hogar, ayudaban a los refugiados haitianos a encontrar trabajo y donaban grandes sumas a diversas organizaciones benéficas. También ayudaron a recaudar fondos para la construcción de la catedral de San Patricio (la antigua), y cuando Nueva York se vio afectada por la fiebre amarilla, no les importó correr el riesgo de contagiarse para atender a los enfermos

Toussaint permaneció en su profesión de peluquero hasta el final de la vida, sin dejar su trabajo. Cuando le animaron a retirarse y así disfrutar de la riqueza que había acumulado, parece haber respondido con sencillez: “Tendría suficiente para mí, pero si dejara de trabajar, no tendría suficiente para ayudar a los demás”.

Hay que decir que todo esto fue el fruto de una fe viva, décadas de perseverante asistencia diaria a la misa en la única iglesia de la ciudad, y de su ardiente devoción a la Virgen, que Pierre defendía constantemente, a pesar de estar rodeado de no católicos. Y aunque era un laico negro y antiguo esclavo, había gente que le pedía de modo espontaneo su bendición.

Racismo eclesial

Durante toda su vida el matrimonio tuvo que sufrir las consecuencias del fanatismo cultural que a veces aparece también como signo de mundanidad dentro de la Iglesia. Vivieron en una época en la que no solo presidentes y gobernadores, sino también algunos obispos y religiosos tenían prejuicios raciales, había que esperar todavía décadas para ver en los mismos cristianos un cambio de mentalidad, que entonces estaba muy lejos de rechazar el racismo.

Un día, cuando entraron juntos en la catedral que él ayudó a construir, un portero les bloqueó la entrada diciendo que no había asientos reservados para los negros; ellos no reaccionaron. Cuando el consejo de administración de la catedral se enteró del incidente, con gran bochorno escribió una carta de disculpa a su benefactor, pero el mal estaba hecho. Sin embargo, era un dolor que nunca se convertía en amargura.

En 1851, Juliette murió de cáncer y Pierre sufrió mucho por su ausencia; él también enfermó poco después y murió el 30 de junio de 1853, a la edad de 87 años; su funeral fue celebrado en la catedral vieja de San Patricio, la anterior a la actual. Asistieron innumerables fieles, pero también muchos de otras confesiones, incluyendo amigos, clientes y admiradores suyos.

La Iglesia norteamericana no estaba preparada por aquel entonces para presentar una figura así, por lo que hubo que esperar más de un siglo hasta que el buen cardenal Cooke comenzó la causa de canonización en 1968, y en 1989, el cardenal O’Connor trasladó sus restos a la actual catedral de San Patricio, comenzada años después de su muerte. En su cripta reposa recordando a todos que más allá de ideologías y prejuicios, el amor es el que permanece.