Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Pino Puglisi: un cura demasiado incómodo


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La historia de los hombres y mujeres de Dios incómodos –santamente incómodos– es interminable, comenzando por los profetas del antiguo testamento, llamados a denunciar y a anunciar, casi siempre cosas que el pueblo no quería escuchar. Que se lo digan al pobre Jeremías, sin ninguna gana de ser profeta y cuando aceptó serlo -me sedujiste Señor y yo me dejé seducir”- comenzaron para él todos los problemas imaginables. No lo tuvo más fácil, siglos después, otro gran profeta que fue san Juan Bautista, cuya cabeza acabó en una bandeja, como es sabido. Y aquel al que Juan anunciaba, nuestro señor Jesucristo, nos avisó que si, siendo el maestro, a él le habían tratado como le trataron, no esperásemos nosotros grandes halagos y parabienes, si se nos ocurría defender la verdad en un mundo en el que ésta no es nunca un valor de moda.



Saltándonos una larga historia de santos y santas que experimentaron en sus vidas lo que cuesta ir con el Evangelio en la mano y contra corriente, cuando ésta trae aguas corrompidas, se nos presenta en tiempos recientes el testimonio de un cura italiano de barrio, en medio de una sociedad con aguas estancadas y poco salubres. Don Pino -Giuseppe- Puglisi fue un férreo defensor de los niños de Palermo, usados por la mafia siciliana para distribuir heroína y otras drogas, y que organizó un hogar para salvar a cientos de ellos en el barrio del Brancaccio, donde él mismo nació. Su compromiso obstaculizó los planes de la mafia, por lo que fue asesinado por unos sicarios el 15 de septiembre de 1993, mismo día en que cumplía 56 años.

De familia sencilla

Hijo de un zapatero, Carmelo, y de una costurera, Josefa Fana, Giuseppe nació el 15 de septiembre de 1937 en el citado barrio. El Brancaccio palermitano ha sido descrito como un lugar donde no existe el Estado, pero sí la ley, unas normas no escritas que no imponen ni policías, ni jueces, sino unos tipos que dan órdenes con gestos, miradas y palabras que nunca llegan a pronunciarse.

Pino Puglisi

Pino Puglisi

Fundada por los fenicios, conquistada por los romanos, destruida por los vándalos, reconquistada por los bizantinos, invadida por los musulmanes, re-reconquistada por los normandos, re-invadida por los españoles y dominada por los borbones, Palermo muestra, a veces con fatiga, todas estas etapas de su historia con su hermosa arquitectura. Es considerada la ciudad más barroca de Europa, a pesar del abandono que durante largos periodos ha tenido, incluido el actual, donde por ejemplo aún se ven las ruinas que dejaron los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Fue en esa época cuando volvió a ser ocupada por las tropas aliadas del general norteamericano Patton.

Pero hay otra cosa que tristemente caracteriza a Palermo: el surgimiento de la mafia, su desarrollo como fenómeno criminal organizado y que va más allá de la violencia y los homicidios que, durante largos años, han teñido de sangre a esta ciudad. Al contrario de lo que dice la creencia popular, la mafia siciliana surgió, en realidad, durante mediados del siglo XIX, al mismo tiempo que la aparición del nuevo Estado Italiano. Italia no llegó a ser un estado soberano hasta ese momento, y fueron la industrialización y el comercio los que trajeron este cambio y supuso la auténtica fuerza que impulsó el desarrollo de la mafia siciliana. La mafia siempre ha sido más fuerte al oeste de la isla, especialmente alrededor de la ciudad de Palermo, su lugar de nacimiento.

La complejidad de Sicilia

Palermo era, y todavía es, el centro industrial, comercial y político de la isla de Sicilia, por lo que la mafia situó su base aquí, en contraposición con el medio rural, que se encontraba subdesarrollado en términos económicos. La mayor fuente de exportaciones, así como de riqueza de la isla desde la cual brotó la mafia, eran las grandes fincas de naranjales y limoneros que se extendían desde los mismos muros de la ciudad de Palermo.

Si bien muchos defienden que sus orígenes fueron legítimos por intentar contrarrestar el caos institucional de la Italia de aquellos tiempos, y sus fundadores se consideraban a sí mismos “hombres de honor”, sin embargo prácticamente desde su nacimiento nacieron también una serie de prácticas que, por desgracia, acompañan la vida de los sicilianos. Prácticas como la extorsión, el derecho de “pellizco”, nombrado “pizzo”, un impuesto ilegal obligatorio para empresarios y comerciantes a cambio de una protección que se convierte en persecución si se deja de pagar. Otra práctica que penetra en todos los sectores: la “omertá”, es decir, el silencio de la sociedad ante una cultura mafiosa que no habla de estas prácticas y delitos, y menos todavía los denuncia públicamente.

Por esta misma “omertá” también se cuentan cientos de víctimas que la sociedad aisló y dejó solos cuando denunciaban estas prácticas. Ahí está el caso del empresario Libero Grassi, quien se negó sistemáticamente a pagar el “pizzo” a la mafia y después de varios avisos, fue asesinado cuando salía de su casa el 29 de agosto de 1991. Hoy su recuerdo sigue sirviendo a organizaciones como “Addio Pizzo”, integrada por jóvenes, para que los comerciantes se sigan rebelando a la mafia y dejen de pagar por un derecho que el Estado debe garantizar.

Capacidad de escucha

El joven Giuseppe ingresó al seminario diocesano de Palermo a los dieciséis años de edad y allí se manifestó un alumno serio y estudioso, con especial gusto por las matemáticas, que años después enseñaría en el seminario menor de la diócesis. Los compañeros de seminario le recuerdan con una gran capacidad de escucha y de interés por los problemas ajenos. Ordenado sacerdote por el Cardenal Ernesto Ruffini el 20 de julio de 1960, a los veintitrés años.

Entre sus primeros encargos pastorales cabe destacar, en 1961, el de vicario parroquial del Santísimo Salvador en el barrio de Settecannoli, limítrofe al de Brancaccio, al que se le añadió en 1962 el de confesor del las monjas y en 1964 el cuidado de la cercana iglesia de San Giovanni de los leprosos; pero poco a poco su ministerio se fue decantando hacia la enseñanza: comenzó en el Instituto Profesional Einaudi desde 1962 y  en la Escuela Media Archimede en 1966, además de otras escuelas, como la Villafrati en 1970, la Santa Macrina en 1976 y el Instituto Clásico Vittorio Emanuele II desde el 1978 al 1993.

Desde los primeros años de su ministerio, y de modo especial con el dedicarse más a fondo a la enseñanza, se interesó por el mundo de los jóvenes, y en modo particular de aquellos de los barrios  marginales de la ciudad, su problemas, su porvenir, sus peligros y cómo prevenirlos, etc. En 1967 fue nombrado capellán del colegio para huérfanos Roosevelt de Addaura y en 1969 fue nombrado vicerrector del seminario menor diocesano. Eran los años de las revueltas estudiantiles y los sacerdote no eran mirados con buen ojo, pero don Pino supo conquistar el respeto de todos por su capacidad de mediar entre los estudiantes y los directores del colegio.

Pastor de almas

Al año siguiente fue nombrado párroco de Godrano, un pequeño pueblo cerca de Palermo marcado por la mafia, donde se dedicó a reconciliar a las familias víctimas de la violencia. Se le recuerda en todos estos lugares como un verdadero pastor de almas, interesado por el bien de la grey; no un agitador ni un líder social, sino un sacerdote que cuidaba de su gente, de modo especial de los más vulnerables en aquellos ambientes, esto es, lo jóvenes.

En 1978 fue nombrado por el cardenal Salvatore Pappalardo pro-rector del seminario menor de Palermo y el 24 noviembre del año siguiente fue nombrado director del centro vocacional diocesano. Habiendo realizado una buena labor en el campo de la vocaciones, en octubre del 1980 fue nombrado vice-delegado regional de pastoral vocaciones, para llegar a ser en 1986 director regional y miembro del consejo nacional. Dedicó por tanto algunos de los mejores años y esfuerzos de su vida a la promoción de las vocaciones, promoviendo los campamentos vocacionales y un recorrido formativo de los candidatos preparado por él y que dio muy buenos resultados.

Desarrolló centros de promoción vocacional y formación católica para niños y jóvenes y desde mayo de 1990 ejerció su ministerio sacerdotal en la “Casa de Hospitalidad de la Madre” en Boccadifalco, para ayudar a mujeres jóvenes y madres solteras en dificultad. Ese mismo año fue nombrado párroco de San Gaetano, en Brancaccio, y en octubre de 1992, y tres meses después, en enero de 1993, inauguró allí el hogar para niños “Padre Nuestro”, para rescatar a los menores de la mafia. En poco tiempo, el hogar se convirtió en el punto de referencia para los jóvenes y las familias en la comunidad.

No a la corrupción

Sus problemas empezaron cuando, viendo la situación del barrio, decidió negarse a las pretensiones de la mafia con determinación, incluyendo el rechazo de cualquier donativo de procedencia dudosa y el retiro en las fiestas patronales de los puestos de honor de los que tradicionalmente se habían apropiado los líderes mafiosas. Logró establecer entre los padres de familia la esperanza de que podían aspirar a cultivar una sociedad de bien encarando las inercias siniestras y recuperando los espacios públicos para el bien de todos.

“Nuestras iniciativas -decía- y las de los voluntarios deben ser un signo. No es algo que pueda transformar Brancaccio. Ésta es una ilusión que no nos podemos permitir. Es sólo un signo para proveer otros modelos, sobre todo a los jóvenes. Lo hacemos para poder decir: dado que no hay nada, nosotros queremos remangarnos la camisa y construir algo. Si cada uno hace algo, entonces se puede hacer mucho.”

No trató tanto de sacar a los que ya pertenecían a la mafia como de impedir que entraran los niños que vivían en las calles y que consideraban a los mafiosos como ídolos. Él, de hecho, a través de actividades y juegos quería hacerles entender que uno puede ganarse el respeto de los demás sin ser un criminal, simplemente por sus ideas y valores. A menudo denunciaba todo esto en sus homilías. La realidad fue que don Puglisi sacó de la calle a muchos niños y jóvenes, que sin su ayuda habrían comenzado con pequeños robos y trapicheos para terminar trabajando a tiempo completo para la mafia.

Don Pino no fue el único sacerdote en trabajar activamente contra la mafia, pero sí el más decidido. Lo más normal en aquella época era que los sacerdotes sicilianos trabajasen con la juventud, pero que no hiciesen referencia a la mafia, ni si quiera indirectamente, muchas veces mirando a otro lado ante la barbarie mafiosa. Eso formaba parte de la idiosincrasia siciliana, que evitaba hablar de la mafia como algo anecdótico a lo que los de fuera de la isla le daban demasiada importancia.

Amenazas constantes

Con respecto a esta actitud, es famosa la respuesta del cardenal Ruffini cuando en una ocasión un periodista del National Catholic Reporter de Estados Unidos le preguntó “¿Qué es la mafia?”, a lo que él respondió: “Que yo sepa, es el nombre de una marca de detergente”. Era parte de la citada “omertá” de los sicilianos, que don Pino vino a romper con su trabajo callado, pero decidido en favor de los jóvenes de Palermo.

Todo ello tuvo como consecuencia que los capos mafiosos vieran en él un verdadero obstáculo. Tras varias amenazas de muerte, que don Pino no contó a nadie, decidieron ejecutarlo, y lo hicieron frente a su iglesia solo nueve meses después de inaugurar el hogar para niños. Él, tras las amenazas de muerte, sabía que era fácil que acabasen con su vida, pues los mafiosos no suelen bromear con sus amenazas, si bien era un hecho muy raro el asesinar a un sacerdote.

Aún así él estaba preparado, y en ese tiempo escribió: “El discípulo de Cristo es un testigo y el testimonio cristiana se encuentra con dificultades y puede llegar a convertirse en martirio. Se trata de un paso pequeño entre uno y otro y en realidad es el martirio el que da valor al testimonio. Recordad a San Pablo: ‘Deseo ardientemente incluso morir para estar con Cristo’. Este deseo es un deseo de comunión que trasciende la propia vida”.

En 1992, año de su nombramiento como párroco en el Brancaccio, la situación de la mafia en Palermo había llegado a su punto crítico con el asesinato de dos famosos jueces anti-mafia: Falcone e Bosellino. El 23 de julio un grupo de voluntarios de don Pino escribieron una carta al presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, denunciando la degradación del barrio, que se hacía insoportable. La reacción fue una serie de redadas policiales en las que se descubrieron importantes almacenes de armas de la mafia.

Su condena anunciada

Un día unos sicarios de la mafia lanzaron unos cócteles Molotov sobre la parroquia de don Pino. Este reaccionó con tranquilidad, invitando en una homilía a los mafiosos al diálogo: “Venid a la iglesia a la luz del sol, discutamos. Reflexionemos juntos sobre la violencia que solamente genera más violencia. Querría conoceros y conocer los motivos que os mueven a obstaculizar a quien intenta educar a vuestros hijos en la legalidad, el respeto recíproco, los valores del amor y de la cultura”. El 26 de julio de 1993 se publica una entrevista que le hacen en la que denuncia la situación de degradación del barrio del Brancaccio y la penosa situación de sus jóvenes, a la vez que invita a los responsables de esa situación a cambiar de actitud y trabajar por el bien de la gente del barrio. Estas palabras suyas, que no fueron ofensivas, sino llenas de mesura, supusieron para él como la firma de su condena definitiva a muerte.

El día elegido por los mafiosos fue el de su 56 cumpleaños, el 15 de septiembre del 1993. Según las declaraciones de lo ocurrido aquel fatídico día, se supo que don Pino aparcó su coche Fiat Uno blanco a la puerta de su domicilio, se bajó del coche, y se acercó a la puerta de  entrada. En ese momento alguien lo llamó, él se dio la vuelta, y le descerrajaron varios tiros en la nuca. Algunos testigos presenciales afirman que, cuando vio a los sicarios, sonrió y dijo solamente: “Me lo esperaba”.

Pisotear el derecho a la vida

Fue el primer asesinato de un sacerdote en Palermo a manos de la mafia y, sucedía apenas cuatro meses después de que el Papa Juan Pablo II visitara Sicilia y pidiera a los representantes de la Iglesia un papel más activo en la lucha anti-Mafia. En aquella ocasión el Papa se había dirigido a los jefes de la mafia en Agrigento con palabras durísimas amenazándoles con el juicio de Dios: “Dios dijo una vez: ¡No matar! Ningún hombre, ninguna asociación humana, ninguna mafia, puede cambiar y pisotear este derecho santísimo de Dios… Que vuestro pueblo, pueblo siciliano, totalmente apegado a la vida, pueblo que ama la vida, que da la vida, no puede vivir siempre bajo la presión de una civilización contraria, civilización de la muerte… En el nombre de este Cristo, crucificado y resucitado, de este Cristo que es Camino, Verdad y Vida… Me dirijo a los responsables: ¡Convertíos! ¡Un día vendrá el juicio de Dios!”.

El funeral de don Pino tuvo lugar el 17 de septiembre 1993. Como consecuencia de las investigaciones que siguieron al asesinato, fueron reconocidos por los testigos oculares -el caso fue tan sangrante que en esta ocasión la indignación superó al miedo que normalmente protegía a los asesinos- los jefes mafiosos hermanos Filippo y Giuseppe Graviano. Éste último fue condenado a cadena perpetua en 1999, mientras su hermano Filippo, después de ser absuelto en primer grado, en apelación fue condenado también a cadena perpetua en 2001. Posteriormente fueron condenados también a cadena perpetua por la corte de amparo de Palermo otros cuatro mafiosos, los demás componentes del comando que esperó a don Pino a las puertas de su casa.

Proceso en marcha

Tras la muerte ignominiosa de este buen sacerdote, surgieron un montón de iniciativas  en Sicilia y en toda Italia para que no se perdiese su memoria: Se le dedicaron calles y plazas, además de escuelas, centros sociales y deportivos. Surgieron también conmemoraciones e iniciativas en el extranjero, desde los Estados Unidos a Australia, incluyendo algunos países de África como el Congo. En Palermo a partir de 1994 el aniversario de su muerte marca el comienzo del año pastoral diocesano. El 15 de septiembre de 1999, a los diez años del asesinato, el cardenal de Palermo, Salvatore De Giorgi, comenzó a dar los primeros pasos del proceso de canonización, que concluyó en 2012 con el decreto papal de martirio y el 25 de mayo del 2013 fue beatificado en su ciudad natal.

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Recientemente, con ocasión de los treinta años del asesinato de don Pino en septiembre del 2023, el Papa Francisco escribió en una carta al arzobispo de Palermo: “Os insto a resaltar la belleza y la diferencia del Evangelio, realizando acciones y encontrando los lenguajes adecuados para mostrar la ternura de Dios, su justicia y su misericordia. Estos son signos que el cristiano está llamado a colocar en la ciudad de los hombres para iluminarla en la construcción de una nueva humanidad. El Mártir don Pino poseía una sabiduría práctica y profunda al mismo tiempo, de hecho, le gustaba decir: “Si cada uno de nosotros hace algo, entonces podemos hacer mucho”. Que este sea la llamada para cada uno a saber superar los muchos miedos y resistencias personales y a colaborar juntos para construir una sociedad justa y fraterna”.

Dicen los expertos que la mafia siciliana ha cambiado de estrategia y en la actualidad evita este tipo de asesinatos que ponen a la opinión pública manifiestamente en contra de ellos. Bien está que haya menos violencia. Sea como sea, el tipo de actividades sin duda no ha cambiado y ha llevado incluso, en algunas diócesis del sur, a los obispos a prohibir la presencia de padrinos en los bautizos, por la fuerte implicación mafiosa que en estas zonas tenían, para evitar a los “padrinos” al estilo de la famosa novela de Mario Puzo.