JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“El problema de buena parte del laicado tampoco es de comunión –exhortación totémica que, como en el juego de la oca, remite siempre a una casilla anterior–, sino de comunicación, es decir, de cómo hablar hoy a los de fuera cuando casi no nos entienden los de dentro”.
En esta nueva etapa histórica que la Iglesia quiere acometer para salir de las sacristías y volver la plaza pública, al laico se le pide la tarea más difícil e ingrata: convertirse en un interlocutor creíble ante sus coetáneos. Tarea difícil cuando en su propia casa tampoco se les muestra demasiado aprecio formal, más allá de la palmaditas en la espalda con la que se saludan algunas melifluas iniciativas.
Al laico, quienes más tendrían que estimularle, que son sus pastores, le siguen viendo en no pocos casos con desconfianza, a pesar de todo el apoyo que el Vaticano II les brindó y la consiguiente teología laical, todavía por desenvolver. No se trata tanto de un problema de insuficiente formación –excusa machacona que va camino de convertirse en letanía– cuanto del recelo en delegar en esos hombres y mujeres tareas y funciones que ahonden en la corresponsabilidad.
La evidente división laical –a veces nada casual– justifica que se les siga considerando en una fase de inmadurez, que propicia la existencia de seglares de primera y segunda categoría, según se aporten número y disciplina. Hay grupos humanos que llevan años haciendo un apostolado tan ingrato como constante a los que se deja languidecer sin ni siquiera ofrecerles un sacerdote para la última hora. Ya no son útiles… Se abona a quienes repiten seguridades y se poda a quienes quieren entonar el mensaje con los acentos propios del hombre y de la mujer de hoy, insertos en un mundo de cuyos males, nos dicen, no hay que contagiarse.
El problema de buena parte del laicado tampoco es de comunión –exhortación totémica que, como en el juego de la oca, remite siempre a una casilla anterior–, sino de comunicación, es decir, de cómo hablar hoy a los de fuera cuando, como hemos visto estos días en cartas pastorales con motivo de la Jornada de Apostolado Seglar, casi no nos entienden los de dentro. Sigue vigente el diagnóstico de aquel catalán: la eclesiología del Vaticano II no cabe en el Código de Derecho Canónico. Por eso es más fácil pedir formación a los laicos que darles responsabilidades.
En el nº 2.758 de Vida Nueva.
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