La situación
La antigua civilización que faraones fueron construyendo a orillas del fértil Nilo en mitad del desierto del Sáhara, no tiene quizá un reflejo glorioso en la intrincada historia que Egipto ha vivido en las últimas décadas.
En estos años se acumulan sucesos políticos muy preocupantes en la “República Árabe de Egipto” –nombre oficial–: un golpe de estado en 2013 que acabó derrocando al primer presidente elegido a través de las urnas y suspendiendo la constitución del país, una primavera árabe que ha derivado en un auténtico invierno para quienes no comulgan con el fanatismo panislamista de los Hermanos Musulmanes –que de fraternidad con quienes no piensan como ellos, tienen poco–, los últimos ataques reivindicados por el Estado Islámico en algunos de los santuarios con mayor resonancia bíblica o histórica del país…
Ante todo esto, el próximo viaje del papa Francisco busca dar un impulso entre quienes en esta maraña de susceptibilidades políticas, religiosas, étnicas o históricas creen en un diálogo posible, ya sea en árabe, en copto, bereber, turco o por medio de diplomáticos jeroglíficos. Esfuerzo que merece la pena, aunque el papa no pueda desplazarse en papamóvil descubierto.
La religión
El califato medieval ha dejado una profunda huella entre pirámides, esfinges y antiguas sinagogas o templos coptos. Esta herencia se muestra en las cifras actuales de práctica religiosa, ya que en torno al 85% de la población pertenecen al islamismo sunnita.
El cristianismo, en todas su múltiples variantes, representa, como mucho, un 10% –en un país con más de 82 millones de habitantes–. La tradición cristiana de Egipto, que entronca con las primeras comunidades –los coptos fijan en el año 42, como el de su fundación gracias a la predicación de san Marcos–, está formada por cristianos coptos ortodoxos –los más–, coptos católicos –los menos–, armenios… así como una mínima presencia de católicos de rito latino o protestantes.
Desde 1992, hasta nuestros días, los cristianos han sufrido no solo la hostilidad de grupos violentos, sino que han visto mermados sus derechos y tradiciones por unas cuantas decisiones judiciales, políticas y militares favorables siempre a un mayor establecimiento de unos principios políticos islámicos excluyentes.
Los judíos, como en el éxodo encabezado por Moisés, han desaparecido prácticamente. La minoría cristiana, que ha sufrido tanto en su dilatada historia, agradecerá una visita que les llevará a los grandes titulares –sin que, esperemos, haya atentados de por medio–.
Los encuentros
El Papa que tanto ha predicado sobre la fuerza del “encuentro”, en el día y medio que pase en Egipto, podrá apoyar con su presencia y su palabra a quienes buscan soluciones pacíficas y de futuro para un país que podría contemplar, en el futuro, las glorias que vivió en los tiempos dorados de su civilización.
El presidente Al-Sisi es uno de los entusiastas de la visita, el patriarca copto Teodoro II podrá compartir con Francisco los sufrimientos por los últimos atentados haciendo una sano ejercicio de ecumenismo real, el gran imán Cheikh Ahmed ve reconocidos sus esfuerzos de diálogo desde estructuras educativas y religiosas alejadas del islamismo más fanático…
No es cuestión de volver al Egipto de las pirámides, a fin de cuentas estos grandes monumentos del pasado no son más que tumbas y el país está llamado a generar vida, no a agotar los impulsos de esperanza que van germinando en una sociedad heredera de los conocimientos más ancestrales.