A propósito de ese gesto de unos jóvenes que, poseídos por un furor iconoclasta, arrojaron figuras de la Pachamama al Tíber, y del apoyo brindado por el cardenal Brandmüller a esos jóvenes, a los que comparó nada menos que con “valientes macabeos” y “profetas”, quizá no sería inútil alguna consideración sobre las imágenes de Dios.
Es verdad que la Escritura prohíbe hacerse imágenes de Dios: “No te fabricarás ídolos, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto” (Ex 20,4-5). Pero también lo es que esa prohibición de imágenes “materiales” choca con la proliferación de imágenes “mentales” o “imaginativas” de Dios que encontramos en la propia Biblia. He aquí solo unos pocos ejemplos.
Casi en la primera página de la Biblia hay un importante acúmulo de imágenes divinas, ya que Dios aparece como alfarero modelando al hombre (Gn 2,7), como jardinero plantando un jardín (Gn 2,8), como cirujano “interviniendo” a Adán (Gn 2,21) y como sastre al hacer unos vestido para Adán y Eva (Gn 3,21).
Un somero repaso al texto bíblico nos proporcionará otras muchas imágenes divinas: juez (Sal 7,8-8.12), pastor (Sal 23,1-4; Ez 34,17-22), rey (Sal 29,10-11), poderoso guerrero (Is 40,10; 52,10; Sal 24,8.10), padre (Jr 3,19-20; Sal 103,9-14), madre (Is 49,15-16; 66,13), médico o sanador (Dt 32,39; Os 6,1), viñador o campesino (Is 5,1-7; Am 9,15).
Como se ve, estas imágenes que acabamos de mencionar se circunscriben al mundo de los seres humanos, pero a ellas habría que añadir las que lo describen o identifican con realidades del mundo animal, vegetal o del universo inanimado. El profeta Oseas es un especialista en ello: Dios es polilla y carcoma (5,12), león (5,14-15), leopardo o pantera (13,7) u osa (13,8). En Gn 15, Dios es aludido mediante la referencia al fuego (antorcha u horno).
Y no pensemos que este esfuerzo “imaginativo” es exclusivo del Antiguo Testamento, sino que también lo vemos en el Nuevo. Así, Dios está detrás de la imagen del padre de familia en la llamada parábola del “hijo pródigo” (Lc 15,11-32), o aparece como terrateniente en Mt 25,14-30, o como un rey en Mt 22,1-14.
Y es que los seres humanos no tenemos más remedio que pensar y hablar de Dios con imágenes, sabiendo que ellas jamás podrán dar cuenta cabal de la realidad divina.