Políticas que hacen tiritar


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En San Carlos Borromeo saben mucho de intemperies y de pastoral trans, y no solo porque comenzó siendo una parroquia más en las lindes de un Madrid que era más sur que nada, y ha acabado reconvertida en un centro pastoral por un subidón de derecho canónico. La suya ha sido una apuesta evangélicamente transgresora, transformadora y transigente con los imposibles.

Y sigue siéndolo, por más que ahora la Administración cubra, como es su obligación, muchas de las carencias y se permita mirar por encima del hombro a quien cree que solo hace caridad de sopa caliente. Hay algo, sin embargo, que solo se puede hacer cuando el dolor por el otro te remueve las entrañas y que no aparece consignado en ningún formulario burocrático. Por eso, estos días previos a la ola de frío que congeló España, San Carlos Borromeo lanzaba un SOS a su red de samaritanos de toda condición para acoger a sin techo en casas particulares porque el centro no daba abasto.

Hay locales de acogida municipales, sí, pero solo abren si la temperatura baja de 1 grado bajo cero. Ahí acaba, compañeros, la lucha por la justicia, campo abonado para la mal afamada caridad cristiana, que busca mantas y colchones para los que llevan mal los cero grados.

Más de un siglo lleva la caridad aguantando las embestidas de quienes la desprecian porque, dicen, anestesia conciencias y retrasa la justicia. Ignoran –como sostenía el Mario de Miguel Delibes, y le reprochaba su mujer– que la caridad solo debe llenar las grietas de la justicia, pero no los abismos de la injusticia. Una caridad que no se ocupa de la justicia es un contrasentido, pero una justicia que desprecia la caridad, que solo ve ciudadanos y se queda fría ante la persona, es insuficiente para una sociedad fraterna.

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