Sabemos que la política partidista está envuelta en un sin fin de “oscuridades”. Como si viviese en un continuo Viernes Santo. Oscuridades enormes en la gestión pública en la que toman parte los partidos: corrupción, intereses particulares, ineficiencia, insensibilidad hacia los problemas sociales… Oscuridades al interior de las propias formaciones políticas: divisiones, luchas de poder, personalismos, vivencia de lo ideológico desde el rencor o el odio, estrategias que pesan más que la búsqueda de la verdad o la construcción del bien común… Y oscuridades en las propias personas que ejercen la política: motivaciones espurias, falta de discernimiento, individualismo, déficits en la cualificación o capacitación, mentiras que se terminan creyendo…
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Desenfocados
La descripción anterior (injusta, si no recuerda que también hay personas que trabajan en la dirección opuesta o en vencer esos lastres), duele más aún cuando se cae en la cuenta de que todas esas desviaciones organizacionales y personales, alejan del foco de otras “oscuridades” en las que deberían estar centrados: las cruces de tantos seres humanos, víctimas de vulneración de derechos, de injusticias o de sufrimientos, que esperan que los servidores públicos les ayuden a solucionar sus problemas y llevar una vida mejor.
Con razón, la vida política está tan devaluada a los ojos de la ciudadanía.
Por eso, los políticos necesitamos transitar el vía crucis de lo mundano con los ojos y oídos muy abiertos, y el corazón preparado para que resuene en nosotros el grito de los inocentes y el silencio de los atribulados. Quizá, ese impacto sea el único que catapulte a un compromiso con la res pública honesto, sincero y valiente.
Motivación
La cuestión, es a quién le atraerá dedicarse a una profesión donde, por fuera y por dentro, todo parece estar marcado por el signo de la pasión y la muerte. Porque, a poco que uno muestre sensibilidad hacia ello, lo que va encontrar son rostros de personas dolientes, crucificadas. Bien sea de los que sufren en Gaza o Ucrania, de los que se arriesgan en cayucos o pateras, de los que buscan dónde dormir en las calles de nuestras ciudades, de los mayores que viven la soledad, de los hogares que sufren la carestía material, de las familias rotas por cuestiones nacionalistas, de los jóvenes que adolecen de sentido, y un largo etcétera.
Desde ahí, parece masoquismo cuando alguien quiere dar el paso a la política institucional.
Sin embargo, esa acusación también se le podía atribuir al Nazareno, quien pudiendo eludir su muerte en cruz, la aceptó como signo de su compromiso con la Vida y el Amor.
Y es así. Dedicarse a la política, a la buena política, sólo tiene sentido si te anima la esperanza de que la Luz de la Pascua está hoy más cerca que ayer. Aunque para ello, sí o sí, haya que ser políticos, políticas, al pie de la cruz.