La demostración cívica de Venezuela en los últimos días, tras la jornada electoral del domingo, ha debido ser suficiente para defender el grito de democracia que levanta todo el pueblo que se expresó en las casillas.
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No vale la pena caer en detalles de aspectos técnicos de un proceso complejo, solo con ver que la gente salió 12 horas antes de iniciar el evento, protegió todo el registro de las actas, tejió una red de comunicación para resguardarlas, transmitirlas, contabilizarlas, y publicarlas para el dominio público, es muestra de la madurez social de un pueblo que renunció a ser esclavo.
Sin embargo, todo el esfuerzo pretende ser diluido por la discusión estéril de las élites de poder que no quieren verificar los datos o asumen de manera directa o indirecta una postura neutralmente falaz.
No es un tema ideológico, no es un tema político, no es un tema de partidos, es el respeto a la voluntad de millones de venezolanos que solo quieren vivir en democracia y en libertad.
Democracia y libertad son temas comunes para muchos en occidente, pero para otros son un ideal cada vez más lejano ante el silencio de otros. En Latinoamérica tenemos tristes referentes multiplicados.
Destinatarios del grito de libertad
A los venezolanos, el coraje de seguir adelante, convencidos de que les ampara la verdad, y el irrenunciable deseo de la libertad, condición inherente de la dignidad humana, deseo que nada ni nadie podrá arrebatarles.
A los países vecinos, la vigilante alerta de no normalizar el fraude y considerarlo como el camino fácil para torcer la voluntad de la gente. La democracia debe cuidarse y cultivar el compromiso por sus principios fundamentales: reconocimiento de la mayoría; respeto a las minorías; independencia de poderes, libertad de expresión, bien común, entre otros.
A los organismos internacionales que deben ser garante de los derechos humanos y velar por el respeto de las condiciones mínimas de convivencia, una tarea no secundaria sino neurálgica para que realmente pueda abrirse un horizonte de futuro.
A los hombres y mujeres de bien, que más allá de las diferencias ideológicas tienen la sensibilidad por una convivencia pacífica, como vocación humana. No abandonar a Venezuela ni reducirlo a una dialéctica cortoplacista de intereses.
El pueblo venezolano se merece un futuro distinto, trabajó y votó por una realidad diferente, y apuesta por una nueva etapa en su historia con las heridas aprendidas en estos largos y oscuros años.
Del lado del bien
Es el momento de ponerse del lado del bien, de la democracia, de la soberanía ejercida en el voto, de la justicia, del orden, de la ley, de la libertad, de la solidaridad entre los pueblos, no hay lugar para tibiezas y complicidades.
San Pablo VI lo describe, en unas palabras que fácilmente pueden relacionarse con la actualidad, en los sueños de la Populorum Progressio. Si, los hombres y mujeres en Venezuela aspiran:
“Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres (…) la necesidad de añadir a la libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones” (PP, 6).
Todos los hombres de bien tienen el deber de ponerse del lado de estas legítimas aspiraciones en Venezuela. La historia y la vida lo demandan.
Foto: Pixabay
Por Rixio G Portillo Ríos. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.