En estos meses, en los que el mundo entero ha estado abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, nos hemos visto obligados ha convertir paradójicamente el estado de confinamiento en un gran diálogo a distancia. La falta de las relaciones interpersonales, la ausencia de los seres queridos, los miedos sobre la salud, la amenaza real de la perdida del trabajo y la consecuente crisis económica; han abierto de golpe un deseo de hablar, comunicar, dialogar, escuchar y hasta disfrutar del idioma del silencio ambiental.
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La distancia se ha hecho corta, gracias a los medios de comunicación que nos han permitido conocer lo que está ocurriendo con todos sus matices y sus complejidades. La comunicación humana en el tiempo de aislamiento se ha dado con unas características muy propias del momento, se han puesto en primer plano muchos asuntos y valores que estaban un poco olvidados. No ha venido mal, una mayor toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad, de la necesidad que tenemos de los otros, el haber caído más en la cuenta del lado positivo que tienen las historias humanas y de cómo la solidaridad construye y salva, mientras que la indiferencia y el descarte mata.
La intercomunicación
Sin embargo, la gran novedad de la intercomunicación en estos meses ha sido la popularización de herramientas tales como: las video llamadas, videoconferencias, facetime, WhatsApp, Zoom y otros medios y redes que han venido para quedarse. En definitiva: no hay distancias humanas cuando descubrimos y sentimos, como dice el papa Francisco, “el entretejido de los hilos con los que estamos unidos”.
Ahora, en esta nueva etapa de la pandemia debe evitarse la mentalidad facilona de que esto del virus con la llegada del verano tiene su fin. No es verdad, porque la enfermedad no está controlada, ni conocemos con certeza todos los elementos de su propagación. Esto requiere: potenciar la responsabilidad personal, utilizar el sentido común en las actuaciones propias y colectivas, informar verazmente a la ciudadanía, evitar la instrumentalización política que algunas veces se ve muy palpable, huir tanto de los extremismos catastrofistas como del buenismo voluntarista que convierte los deseos en realidad. En fin, conseguir el máximo consenso entre gobierno y fuerzas sociales. Nadie por sí solo tiene una fórmula mágica para acabar con este mal. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, donde la ética ha brillado por su ausencia y la burla de la fe y la honestidad han sido una constante.
El Evangelio de Jesús nos narra el envío de los setenta y dos discípulos a todos los pueblos con la misión de anunciar que el Reino de Dios había llegado. Se pusieron en camino en medio de una situación nada estable, donde les esperaban peligros imprevistos y para superarlos debían de guardar unas reglas de funcionamiento: “quedarse en la misma casa”, “curad a los enfermos que haya” etc… Después de hacer lo recomendado “los setenta y dos volvieron con alegría” (Lc 10, 1-17).
Haciendo un parangón con la realidad de la pandemia que padecemos y concluida la fase del estado de alarma, tenemos que “ponernos en marcha” hacia la normalización de la vida ordinaria, con las debidas precauciones sanitarias y sociales. De esta manera, se evitarán rebrotes del Covid-19 y que al igual que los apóstoles, tengamos la alegría de volver a una cotidianidad humana donde la salud y las relaciones sociales sean normales. Por eso mismo, no hay un distanciamiento social saludable si la sociedad no está revestida: con el cinturón de la verdad, teniendo como coraza la justicia, calzados los pies con la paz y como corazón, el gran valor del bien común de todo el pueblo. ¡Estas son las “armas” con las que debemos ponernos en marcha para recuperar plenamente la alegría de vivir!