La posición de Francisco en cuestiones como el aborto, el matrimonio homosexual, la eutanasia, ha sido firme y coherente con la moral católica, pero con cuidado de no atarla a opciones partidistas. Así, ha tratado de desmarcar lo católico del abrazo interesado de la derecha, de evitar la politización de estos temas en muchos países democráticos. Le costó muchas críticas, pero ahora cosecha los beneficios.
La posición de la Iglesia sobre las dos cuestiones cruciales de hoy, los migrantes y la vida, es clara e independiente de la política, de modo que puede moverse libremente sin temor a ser aplastado por el peso de una aparente coincidencia. Es un equilibrio difícil. Siempre es más fácil situarse en posiciones preestablecidas. Pero la actitud del Papa no puede confundirse con el relativismo, porque se basa en el conocimiento profundo de que has de elegir ante cada acontecimiento, y esto exige pasar a un nivel superior al del debate político.
La Iglesia sabe lo que significa distanciarse de los que son solo exteriormente compañeros de batalla. Por ejemplo, Napoleón legisló contra del aborto, no por razones morales, sino para garantizar soldados para su ejército. En esta y otras situaciones, la Iglesia ha sido capaz de distanciarse gracias a la moral de altura con la que se enfrentó al problema. Pero, sobre todo, gracias a que la misericordia y el perdón son parte de la tradición católica. Este punto de vista permite a la Iglesia escapar de ecuaciones esquemáticas, de las que a veces se ha visto prisionera.
Cuando se olvida esta condición, que es lo que diferencia la mirada católica de cualquier partido, la Iglesia y los grupos católicos corren el riesgo de ser utilizados y pagar un alto precio. Y siempre hay quien trata de tirar de la Iglesia para su lado. Solo levantando la mirada con la que interpretamos el mundo, volviendo al espíritu evangélico y sin miedo a parecer ingenuos, se encontrará el lugar adecuado y libre desde el que mirar el presente.
Francisco lo está haciendo, con el esfuerzo que implica liberarse de miles de trampas y condicionamientos, internos y externos. Los fieles le deben ayudar, hacer un esfuerzo adicional para entender lo que sucede, sin dejarse condicionar por las voces que parecen saber el camino correcto solo porque parece más fácil.
Publicado en el número 3.024 de Vida Nueva. Ver sumario