Por fin, ¿viciosos o virtuosos?


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“A grandes males, grandes remedios”, dice mi padre. Se refiere a aquellas situaciones donde las soluciones anteriores no funcionan y se requieren acciones radicales para cambiar las cosas. Estoy de acuerdo, las soluciones requieren tener más estatura que el problema original. El detalle está en que a veces nuestros retos sobrepasan nuestra perspectiva o capacidad personal. O no los entendemos totalmente o abarcan espacios más amplios que nuestra zona de control. Así que plantear adecuadamente un problema es el primer paso para resolverlo. Usando la corrupción como ejemplo, en este blog te platicaré sobre problemas y soluciones sistémicas, sobre acuerdos en lo oscurito y sobre pactos de Luz.

Corrupción, como problema sistémico

Al igual que tú, estoy convencido que la corrupción es el problema más importante de la administración pública en México. De hecho, llevo varios años estudiando el tema. Cuando comencé a indagar, me llamaron la atención dos puntos. Primero, lo relevante, persistente y resistente que es la corrupción no solo en México, sino en la mayoría de las sociedades del globo; el repertorio abarca desde clases de historia antigua hasta el último escándalo por Twitter de tu gobernante favorito. Segundo, lo simplista e ingenuo de las soluciones planteadas. Entonces, entender a la corrupción como “mal uso de poder personal para beneficio personal” parecía ser suficiente para emprender la cruzada redentora. Hoy la historia nos ha mostrado que requerimos mucho más que eso para ganar la batalla.

La corrupción – semejante a otros males sociales– tiene una cuádruple causa raíz. Es decir, tiene cuatro orígenes distintos que se retroalimentan entre sí, formando un círculo vicioso. Imagina un ciclo que comprende a 1) Un individuo, 2) Sus relaciones interpersonales, 3) Una red de relaciones que conforman  una organización y 4) la resultante de diversas organizaciones, dando lugar a un espacio social. La corrupción es un ciclo nocivo donde individuos con mentalidad corrompida, realizan acuerdos encubiertos de robo y defraudación, de modo recurrente y organizado formando sistemas corruptivos, que eventualmente capturan espacios sociales como la administración pública, la legislación y la contienda electoral (Medina, 2016). Nota como en la Figura sobre el ciclo social de la corrupción, cada elemento del ciclo tiene autonomía y a la vez cómo se apoyan entre sí en una complicidad de egoísmo grupal capaz de parasitar –y destruir– cualquier sociedad desde adentro.

Ahora no nos da tiempo de analizar este parásito a detalle, así que solo te invito a considerar que la naturaleza del enemigo: sistémica y de cuádruple origen. Si queremos en serio resolverlo, vamos a necesitar mucho más que alternancia electoral. Y si el tema llamó la atención, pues con mucho gusto dialoguemos detalladamente.

Imagen 1

Ciclo social de la corrupción

Integridad, como solución sistémica

¿Cómo resolvemos un problema así de complejo? Pues creando soluciones más robustas que el problema original. Ahora nos toca decir “A males sistémicos, remedios sistémicos.” Necesitamos 1) Integridad en nuestras convicciones, perspectivas y disposiciones hacia la acción, 2) Acuerdos que hagan uso correcto de recursos públicos, 3) Organizaciones eficientes y eficaces al generar valor y 4) Dinámicas sociales recuperadas, promotoras de la prosperidad y el bien común. Todas estas cosas podemos entrelazarlas propositivamente en círculos virtuosos.

La semana pasada te invité a notar la potencia de la integridad personal. Hoy te invito a revisar la excelencia de un pacto constructivo. Así como nuestra integridad personal es el primer paso para tratos bien pensados y de buena fe, del mismo modo, el poder cumplir –íntegramente– esos acuerdos nos llevará a tener las organizaciones que necesitamos, para que eventualmente nuestro país cambie en la dirección que merecemos.

Si reconocemos nuestra naturaleza humana, sabemos que nadie podría jactarse de contar con una conciencia intachable. Pero colaborando sí podemos crear acuerdos que además de justos, sean sinérgicos y por tanto presumibles. Podemos lograr entre varios lo que sería imposible por cuenta propia; donde las contribuciones de unos se complementen con las de otros; nada se desperdicie y nadie se quede atrás. Y todo esto arranca en un pacto. Así como hay acuerdos en lo oscurito, también hay pactos por la Luz. Tú y yo sabemos que el mayor de ellos tiene ya su nombre: se llama Cristianismo (Mt 26,28) y nos convoca ya. Que permee en nuestros tratos diarios, organizaciones y actuar social.

 

Referencia: Medina (2016). El ciclo social de la corrupción. Cd. México: Academia.edu