José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Por la calle de Alcalá


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No me refiero a la canción “Los nardos”, de la zarzuela “Las leandras”. Es solo un pretexto que me viene al cruzarme con mucha gente por la ciudad de Cervantes en estos días donde los prunos estallan y anuncian una bella primavera que muchos quisiéramos eterna. Siempre mucha gente. También emigrantes. Cercanos a mi casa.



Así, estas calles eternas y siempre cambiantes, se llenan con frecuencia  de voces nuevas donde algunos tararean viejas melodías supongo que de sus países africanos, de donde son la mayoría y que no entiendo. En este cruce de tiempos, mi memora me invita a tararear la zarzuela que sigue cantando aquello de “por la calle de Alcalá…”, mientras los sueños de quienes llegan, también quiero creer, que empezarán a florecer no solo en Madrid. Esta vez como prunos violetas o blancos por Alcalá.

Me he cruzado con ellos cerca de la Puerta de Madrid de 1788, sustituta de una de las antiguas puertas de la ciudad y que da entrada a la tradicional ruta que une Alcalá con Madrid. Cuya puerta lo es en correspondencia geográfica con esta complutense con la que sólo se lleva diez años de diferencia.

Sigo mi ruta y me cruzo con más emigrantes por las calles de Alcalá, rostros tangibles de un futuro incierto. Son nuevos rostros en un viejo escenario, manos que aún no han aprendido a aferrarse del todo al suelo, pero que parece que ya se mueven al ritmo de un baile secreto. Salen del desbordado Centro de Estancia Temporal de Migrantes de  la ciudad alcalaína como si hubieran surgido de una novela de supervivencia, con pasos ligeros, ágiles, como si el mundo entero los empujara hacia adelante con la urgencia de quien no puede detenerse.

Llegan la mayoría desde Canarias, esos trozos de tierra volcánica donde Europa empieza a difuminarse y África parece extender una mano a veces áspera y rota. Allí desembarcan, tras sobrevivir a la inmensidad del Atlántico en pateras que crujen como ataúdes de madera. Pero lo que viene después tampoco es un puerto. Es un punto y seguido en un trasiego burocrático y emocional.

Una promesa

Los observo, y no puedo evitar preguntarme: ¿qué buscan? ¿Qué sueñan encontrar aquí, en este rincón de calles adoquinadas, campanarios, y viejas esquinas –en medio de una ciudad también moderna y muy viva– que logra retener el eco del pasado? Alcalá, esta tierra para ellos tal vez de tránsito, les ofrece una promesa. Tal vez un respiro, un punto en el mapa donde sus pasos se cruzan por un instante con el tiempo para tomar aliento. Incluso para aprovechar –regularizados– quizás el múltiple trabajo a las riberas del Henares. Hoy los he encontrado sentados en la plaza de Cervantes, antes de que la remodelen, conversando y gesticulando

La escena, si uno se atreve a mirar con los ojos bien abiertos, ya deja de ser significativa con estos “nuevos vecinos”. Hombres adultos con el rostro endurecido no tanto por la edad sino por el mar y el desengaño y jóvenes que apenas han dejado de ser niños. Cada uno lleva una historia tatuada en el alma, muchos con cosas de guerras, hambre y exilios, o con miradas que siempre buscan un horizonte mejor que el que veían en su tierra y que en Europa ya se leen con desgana, y cuando no, se archivan en un expediente cualquiera. Con el riego creciente de pautar normas para una autodefensa más acusada que les hará daño.

Migrantes_Malasana

Pero vivimos tiempos en los que mirar a otro lado se ha convertido en el deporte favorito de las buenas conciencias. En muchas partes, mirar hacia otro lado es más cómodo que enfrentar el drama que traen consigo estas vidas varadas.

Los políticos, claro, hablan. Y se centran más en el manejo del poder y en la autodefensa que en la integración (algo así me parece es eso de los pactos de migraciones en Cataluña) Prometen soluciones que apenas llegan, diseñan estrategias que caducan antes de imprimirse. O que se endurecen antes de aplicarse (véase Europa). Mientras tanto, la realidad sigue como siempre: un océano que expulsa vidas humanas como restos de naufragio y una Europa que, en su cómoda decadencia, ya no sabe si acoger o expulsar.

Por la calle , no se detienen mucho; no pueden. Lo llevan en la mirada: esa mezcla de esperanza y cautela que solo tienen los que han aprendido a dejar atrás todo lo que no cabe en una mochila. ¿Qué les puede dar este lugar, más allá de un albergue temporal y unas noches de aire tranquilo? Quizás la esperanza en la fidelidad. Que no es poco.

Deseo eclesial

Ellos caminan (mientras yo también sigo caminando) entre esos pasos que parecen un baile, donde hay vidas enteras tejidas con hilos de riesgo, dolor pero sobre todo de  sueños. En  la tierra nutriente  de los sueños quijotescos, son ellos los que han cruzado, y que han aprendido la lección más dura de todas: que el mundo no regala nada, pero a veces ofrece el consuelo de seguir avanzando. Y un avance claro es ese deseo eclesial de proponer a los dos principales partidos de España, PSOE y PP una regularización general , ya pedida por muchas organizaciones, para medio millón de inmigrantes que viven “en una tierra de nadie”.

Los emigrantes siguen por la calles de Alcalá en una Diócesis con una muy bien planteada, ilusionante y casi recién estrenada Delegación de Migraciones  que aglutina a laicos, sacerdotes y religiosos empeñados en construir iglesia y sociedad . Los emigrantes al principio están poco tiempo si las ofertas del Henares no cuajan. No dejan raíces pero sí preguntas. Preguntas y demandas que, como las suyas, no siempre encuentran respuestas.

Paso al lado de algunos. Uno de ellos me ofrece a bajo precio un paquetito de pañuelos de papel. No es precisamente un ramito, “p’a lucirlo en el ojal” como canta la zarzuela. Es solo un pobre medio para mejor subsistir.

Encontrarán otros.