Si es usted un católico americano, o australiano, o alemán, o chileno, o de cualquier otro país afectado por los escándalos de abusos sexuales, la noticia de que una cumbre de obispos en 2018 pudiera estar a punto de aprobar una política de “tolerancia cero”, pero se echara atrás en el último minuto, le podría parecer incomprensible. Una razón para entender por qué ocurrió esto es que muchos obispos no proceden de esos países, –realmente, una gran mayoría no– y traen diferentes perspectivas y sensibilidades a las mesas de debate.
Les explico cómo llegamos a esto. El Sínodo sobre ‘los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’ se abrió con una tumultuosa serie de nuevos capítulos sobre abusos de fondo, incluyendo el reporte del Gran Jurado de Pensilvania, la renuncia del cardenal McCarrick, la controversia en Australia, las renuncias de obispos y las nuevas revelaciones de Chile, y, por supuesto, la famosa carta del arzobispo italiano Viganò acusando al papa Francisco de conocer el asunto McCarrick y encubrirlo.
Dos semanas antes de la apertura del sínodo, el Vaticano anunció que Francisco reuniría a los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo en Roma en febrero para discutir la protección de menores. Desde el minuto uno, parecía claro que el Sínodo no se escondería de lo que había ocurrido. Uno de los momentos más dramáticos fue cuando el arzobispo Anthony Fisher, de Australia, se dirigió directamente a los 36 jóvenes congregados pidiéndoles perdón por el fracaso de los líderes de la Iglesia.
“Fracaso de muchos obispos”
Fisher confesó el “fracaso de demasiados obispos –y otros– en dar una respuesta adecuada una vez identificado el abuso, y en hacer todo lo que estuviera en su mano para manteneros a salvo”, así como el “daño hecho a la credibilidad de la Iglesia y a vuestra confianza”. Recibió grandes aplausos, y otros prelados se le unieron en el tema por medio de discursos y en los grupos menores de discusión. Parecía que había movimiento hacia una contundente declaración.
Vayamos al martes 23 de octubre, cuando el Sínodo presentó un borrador del documento final que tendría que votarse el sábado 27. Contenía cinco párrafos sobre los abusos, casi 700 palabras en total, incluyendo estos puntos:
- Muchas voces se alzaron para expresar el dolor y la vergüenza por los abusos y la incapacidad de dar respuestas adecuadas.
- Los abusos, en todas sus formas representan hoy el principal obstáculo para el ejercicio de la misión.
- Detrás de la cultura del abuso hay un hueco espiritual que tiene que afrontarse con una conversión decisiva del corazón, de la mente y de las prácticas pastorales. Desafortunadamente, la Iglesia, de alguna manera, ha terminado por asumir el estilo del ejercicio de poder que marca la historia del mundo, hecho de violencia y daño a los pequeños y más vulnerables.
- Se refiere a los actos de abuso y encubrimiento como “estos crímenes, pecados y omisiones”.
- Confirmando la política de “tolerancia cero”.
El miércoles y el jueves, los obispos reaccionaron al borrador, ofreciendo unas 340 revisiones, añadidos y supresiones. La sección sobre abusos fue un foco de tira y afloja, con algunos obispos argumentando que el borrador daba demasiada atención a los escándalos, y que estos eran un fenómeno de occidente, y no tanto de otros lugares.
Sobre “tolerancia cero”, algunos obispos se quejaban de que es un término mediático, y que para cada uno significa una cosa diferente, sugiriendo que se repite con demasiada frecuencia y no es claro en lo que se refiere a sus implicaciones precisas. Aun más, decían, sería inapropiado comprometer al Sínodo con una política concreta antes de la cumbre del Papa en febrero sobre ese mismo tema.
(De alguna manera, esta es una curiosa objeción, ya que el propio Francisco repetidamente ha apoyado la “tolerancia cero”, como por ejemplo en 2017 diciendo que la Iglesia “irrevocablemente y a todos los niveles busca aplicar el principio de ‘tolerancia cero’ contra el abuso sexual a menores”).
Aunque esos puntos venían de prelados africanos o asiáticos, no eran los únicos. Algunos de los italianos con papel protagonista en el Sínodo, también pensaban así. Cuando todo esto llegó al grupo de 12 redactores del borrador, reaccionaron. Al final, el documento solo tiene tres párrafos sobre abusos, menos de 500 palabras, y todos los puntos indicados arriba fueron o eliminados o modificados. No hay una disculpa clara ni directa ni tampoco un compromiso con una “tolerancia cero”.
Los párrafos redactados pasaron fácilmente la votación final del sábado noche, con un resultado de más de 200 síes frente a unos escasos 30 noes. Lo cual no significa que todo el mundo estuviera encantado. Algunos obispos provenientes de los países afectados dijeron a CRUX que estaban profundamente defraudados.
¿Qué se puede hacer?
En los círculos de gente que están alrededor del asunto de los abusos, se suele decir que solo es cuestión de tiempo que aparezcan en cualquier sitio. Algunos creen que Italia será el próximo punto caliente, algunos que Polonia, otros que Filipinas, o una nación importante africana como Nigeria… La sensación es que el tiempo sigue su curso porque la naturaleza humana y la cultura eclesial es muy parecida en todos lados.
Este es el espíritu del arzobispo Peter Comensoli, de Melbourne, quien le comentó a CRUX el domingo que el resultado final ilustra que el esfuerzo anti-abusos sigue siendo, globalmente hablando, un trabajo en marcha. “Ciertas partes de la Iglesia en el mundo están dándose cuenta de lo que supone tomar una posición de ‘tolerancia cero’, y el Sínodo es un reflejo de la Iglesia a nivel mundial”, dijo.
Aunque muchos prelados no occidentales –y para ser francos, incluso algunos que sí lo son–, no están de acuerdo. Piensan que “la crisis”, en el sentido de presión de los medios, juicios, protestas públicas y demás, es un producto de ciertas culturas, y no es recomendable perder mucho tiempo en ellas. Muchos lamentan que dichos escándalos emborronan otras historias más positivas de la Iglesia.
Esto puede no ser una “negación”, pero es un claro contraste en el sentido de la prioridad de uno y la urgencia, y, de alguna manera, es tan relevante para la vida de la Iglesia ahora en 2018 como lo fue en 2002 cuando saltó la crisis en los EE UU y la política de “tolerancia cero” apareció. Quizá otro veredicto sobre el Sínodo de 2018 sea: quizá la único que pueda cambiar el cálculo es si los reformadores tienen razón y la crisis está destinada a estallar en un sitio después de otro…