Para nadie es un secreto que Latinoamérica vive un momento difícil, sin ánimo de pretender hacer comparaciones estériles y anacrónicas, no estamos mejor que antes, pero sí podemos hacer algo para no hipotecar el futuro de miles.
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Aunque se pretenda desconocer o barnizar, el quiebre de la institucionalidad democrática es una realidad; Cuba, Venezuela y Nicaragua son referentes precisos, y en el horizonte siguen apareciendo pretensiones arbitrarias en otros lugares.
Las dictaduras no son asunto solo de izquierda o derecha, la falta de cultura democrática no sabe de ideología, o mejor dicho, la única ideología que impone es el autoritarismo.
Las respuestas y las acciones de todos
Por ello, la necesidad de hacer un ejercicio de reflexión colectiva, con la intención de que al menos, sirva de estímulo para pensar:
¿Qué estamos haciendo mal?, ¿por qué seguimos repitiendo los mismos errores?, ¿por qué no ha sido posible gestar un cambio real en el continente, que mejore condiciones de pobreza, reduzca la movilidad humana, se respeten los derechos humanos, se conviva con armonía con la naturaleza, y se respete a los pueblos originarios?
A las preguntas planteadas, más de uno pretenderá responder desde la ideología, con reproches, pero tenemos varias décadas en el discurso desgastado de culpar a los demás, ya es momento de analizar más a fondo la cuestión.
De la política, a la buena política, para la mejor política
El papa Francisco ha propuesto en Fratelli Tutti algunas claves para la buena política, y podrían ser el inicio de reconocer qué cosas debemos hacer, no solo para un presunto buen vivir, sino para una mejor calidad de vida para nuestros pueblos.
“La buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización para evitar sus efectos disgregantes”, dice en la encíclica.
Es decir, la buena política construye comunidades, hace familia, gesta un proyecto común, que no excluye, pues asume a todos los distintos niveles de la vida social, para reorientar el proyecto de país, de estado, de ciudad, en un horizonte compartido. No es disgregante, con características sectarias y de guetos.
En este sentido, los buenos políticos no separan, no dividen, no polarizan, construyen un proyecto común en el que todos caben.
Sigue el papa: “La buena política une al amor, la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo”, incluso utiliza un símil cuando dice que para que ese proyecto común no esté sostenido por alfileres y se venga abajo en el primer ventarrón, la confianza, las reservas de bien, la ética, no el moralismo entre corruptos y limpios, contrarios o enemigos.
El mismo Francisco advierte, la buena política, el mejor político no instrumentaliza al pueblo, a la masa, a la mayoría, porque en el fondo, estas son intenciones populistas:
“El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas”.
De allí que, los políticos con sus discursos y narrativas, pueden ayudar a mejorar o empeorar la situación. El papa lo refiere cuando dice que, desde “la propaganda política, los medios, los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista (…) al servicio de los que ya tienen demasiado poder”.
Quedando atrapados en una dialéctica estéril polarizante asfixiante, que ciertamente no nos ha hecho mejores como pueblos, solo más débiles y divididos.
La tarea pendiente en el continente sigue siendo una buena política para mejores condiciones de vida.
Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey