Las campanas
No sé si ahora son más las campanas de la Iglesias que suenan a mediodía tras la invitación de la Conferencia Episcopal o simplemente se oyen más gracias a la tranquilidad que reina en las calles. En una note del comité ejecutivo del 12 de marzo invitaban a “a todas las Diócesis que lo consideren oportuno a que a la hora del Ángelus suenen las campanas de nuestros templos para invitar a orar a quienes permanecen en casa y hacer llegar, a quienes sirven y trabajan, la ayuda del Señor y el agradecimiento de la Iglesia”.
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Un tañido de campanas “para mostrar nuestro agradecimiento y fraterna solidaridad y orar: por los enfermos contagiados por el virus, por sus familiares, por quienes están en cuarentena y por otros enfermos que ven afectada su atención por la prioridad de atajar la pandemia; por los trabajadores de todos los Centros y Servicios Sanitarios y todos los servicios públicos; por los Equipos de Emergencias, por los de Protección Civil y por las Fuerzas de Seguridad del Estado; por los Equipos de Pastoral de la Salud y por los voluntarios; por las personas de riesgo: niños, mayores y enfermos crónicos; por los padres, madres, abuelos y educadores; por los que están viviendo esta situación de emergencia en soledad; por quienes carecen de hogar o de lo imprescindible para vivir; por las diversas autoridades públicas; y por los sacerdotes, los Monasterios de vida contemplativa y la vida consagrada, que con su oración y entrega siguen dando esperanza a todos los ciudadanos”.
Desde luego los motivos de agradecimiento son tan plurales y diversos que podrían contentan a cualquiera; incluso a quienes tachan de ambiguos o restrictivos los aplausos de las 8 de la tarde. Y eso que estos no dejan de ser un eco de iniciativas que recorren toda Europa –incluso países con menos prejuicios ideológicos–. Ahora estamos en pascua, ya no es 12 de marzo y en las iglesias –mientras se ve más cerca y se concreta la desescalada– siguen sonando las campanas a mediodía.
La tradición
El ‘ángelus’ es una forma de devoción popular extendida por los franciscanos. Una sencilla oración en recuerdo del misterio de la Encarnación que, como el rosario, busca ser un sencillo reflejo del Oficio divino pero con perspectiva mariana. El objetivo del ángelus, como el de la Liturgia de la Horas es ofrecer un breve momento de meditación cotidiana en medio de la jornada. Inspirado en el relato de la anunciación de Lucas y el prólogo de Juan a través de un sencillo diálogo y tres Ave María se busca conseguir dicho efecto.
Dicen los estudiosos franciscanos que no es una devoción, ni la tradición del toque de campanas específicos, atribuible al propio san Francisco de Asís. Ahora bien, el franciscano Benito de Arezzo sí que introdujo en el 1250 en el convento la recitación del ángelus al final de la tarde mientras tocaban las campanas. Y en el Capítulo general celebrado en Asís en 1269 se “estableció que los hermanos exhortaran al pueblo a saludar a la Virgen con las palabras del Ángel cuando al atardecer sonara la campana de completas”, la última oración del día. Sería en el siglo XIV cuando el toque y el rezo del Ángelus pasase a la mañana, y luego también al mediodía.
El cuadro
La cotidianidad del ángelus la plasmó el pintor realista francés Jean F. Millet con los campesinos deteniendo su tarea a mediodía. Un ejemplo de sociedad sumisa frente a los obreros que estaban resquebrajando la sumisión que la burguesía del momento esperaba de sus obreros. Un cuadro de claroscuros que se convertirá en obsesión para Salvador Dalí que tratará de reinterpretarlo y a partir del que escribió “El mito trágico del Angelus de Millet” –incluso descubrió que tras las capas de pintura estaba dibujado un ataúd de un niño ante el que reza la pareja de campesinos–. Mito fatal que provocaría el ataque de un perturbado al cuadro en 1932.
Ya antes del cuadro se produjo la sustitución por un himno pascual, el Regina Caeli durante el tiempo pascual. En la Liturgia de las Horas aparece prescrito desde el final de las completas del Sábado Santo hasta la hora nona del sábado posterior a Pentecostés. Es en 1742 cuando el papa Benedicto XIV aprueba este cambio de himno durante el tiempo pascual. Ya en el terreno de la leyenda hay que sumergirse para tratar de encontrar el autor. Hay quien ha escrito que el inicio de la oración se lo cantaron tres ángeles al papa Gregorio Magno –o quizá Gregorio V– mientras iba descalzo por Roma en una procesión.
Ángeles del cielo o las mujeres en la mañana de Pascua, unos y otros comparten el sentimiento de la presencia de María en la historia que comienza en la Resurrección. Aunque sea ante una plaza de San Pedro vacía, como hace cada domingo sin desfallecer Francisco.