No hay duda: la menstruación se ha puesto de moda a cuenta de la ministra Irene Montero y su ley del aborto, en que se habla de reglas incapacitantes y de sus correspondientes permisos laborales.
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En la Biblia, de la menstruación se habla en el libro del Levítico. Este es quizá el texto más significativo: “La mujer que tenga la menstruación, quedará impura siete días. Y quien la toque quedará impuro hasta la tarde. Todo aquello sobre lo que ella se acueste durante su impureza quedará impuro; y todo aquello sobre lo que se siente quedará impuro. Quien toque su cama lavará los vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. Quien toque un mueble sobre el que ella se haya sentado lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. Quien toque algo que está sobre la cama o sobre el mueble donde ella se sienta quedará impuro hasta la tarde. Si uno se acuesta con ella, se contamina de la impureza de sus reglas y queda impuro siete días; toda cama en la que él se acueste quedará impura” (Lv 15,19-24).
Impureza vs. Pecado
Como se ve, la menstruación es contemplada como algo que genera impureza, como otras tantas cosas –hay que añadir–: el semen, los cadáveres, determinados animales, etc. En la Escritura, no hay que confundir impureza y pecado: hay cosas que causan impureza que no necesariamente son pecaminosas; simplemente, impiden estar en una situación adecuada para relacionarse con lo sagrado.
Algunos autores han creído entender que la impureza es, en realidad, una especie de inhabilitación debida a un contacto excesivo con la vida; algo así como cuando, en las cámaras fotográficas de antes, la película quedaba velada si había una excesiva exposición a la luz. Así, la sangre –menstrual o no– y el semen están claramente ligados a la vida. Por su parte, los muertos están situados en esa frontera intangible entre la muerte y la vida. Y algunos animales considerados impuros lo son, probablemente, por su mayor contacto con la tierra, contemplada –en términos generales– como fuente de vida.
Según este sistema de pensamiento, los seres humanos “contaminados” con un exceso de vida necesitarían un tiempo y determinados ritos para volver a su estado “natural” humano. Solo así podrían volver a mantener una relación adecuada con aquel que es la Vida por antonomasia.
Pero creo que no hay nada de esto en la ley de la señora Montero.