Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Por qué nos quejamos tanto…?


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En casa, en mi vida más personal lamento no pocas veces de las quejas. Entonces, quienes me conocen un poco, invocan el estoicismo reprochándome, aun sin decirlo, que a lo mejor haya leído algunas cosas y me has haya creído y quiera vivirlas. Pero quienes me conocen un poco más saben que no tiene nada que ver con esa filosofía, sino con la Escritura, con la Biblia. Permanece conmigo, como tatuaje de juventud el encuentro del pueblo que camina en el desierto y el episodio de Masá y Meribá, y la tragedia no contada tantas veces de Moisés quedándose a las puertas de la Tierra Prometida.  



Tenemos tanta sed que no la controlamos. Sea lo que sea la sed de los salmos -esos poemas con los que cristianos y judíos rezamos porque Dios habla en ellos-, la sed tiene un dominio original sobre nosotros que cuesta no escuchar, que no deja alternativa a la no preocupación. Pero el salto a la exigencia, a la protesta, al juicio, a la condena, a la desesperación es otro asunto. De un lado, la sed. De otro, la pregunta sobre la que me está diciendo. Y al final, si se puede, a lo mejor ver qué puedo hacer con ella. Una alternativa precipitada puede ser la queja.

Desierto

Testimonio de la fraternidad

Nos quejamos de todo, porque en todo descubrimos nuestra sed. Da igual lo que sea, porque la opción de quejarnos aparecerá. Y la reflexión actual de muchas personas incide en la fragilidad, en la debilidad humana, en nuestras contingencias. Hablamos, ya sin pudor, de nuestros límites, precariedades, historias, heridas. Y lo hacemos con una enorme nobleza, como si hubiéramos recuperado para nuestra compresión lo que somos, sin demasiada fantasía e imaginación. Algo que, por otro lado, se desliza en ocasiones por cuestas muy arriesgadas que pueden abocar al escepticismo, o peor aún, al sinsentido de todo y de todos. Es una especie de impotencia y muerte en vida, porque, entre otras cosas, no sé que hacer con tanta sed, ni a dónde me lleva.

Imagino que en algún momento recuperaremos la asimetría del don recibido, de la capacidad de amar al otro, de la apertura a la verdad. Imagino que volveremos a mostrar la dirección hacia la cual empuja la sed, porque la sed confiesa que se puede saciar, porque no abandona su aguijón ni nos despreocupa de la vida su tensión. Ante la queja, que es reflejo de la caída de la persona en la destrucción personal de la posmodernidad que arranca matando al otro y privándose de esperanza, vuelvo una y otra vez a recuperar y resistir con muy buenos testigos, no estoicos, sino creyentes, que pueden decir que el bien es mayor, que el Dios salva y salvará, que la comunidad más bella es la que da un mayor testimonio de su fraternidad. Es la Vida, no el mundo, la que ofrece sentido a tanto sacrificio, sin dar explicaciones. Es la Vida, con la que Jesús mismo se identifica en el Evangelio, la que conduce a afrontar el día a día con una confianza absoluta, sincera y entregada, sin que haya que dar más explicaciones que el fino amor al prójimo.