Hace unos meses, mientras realizábamos una acción en la puerta de nuestro Ayuntamiento, se me quedó grabada una imagen que ahora rescato y os comparto. Dos personas políticas y bien conocidas de nuestra ciudad, una de Podemos y otra de Vox -y ese es el dato principal-, hablaban distendidamente y durante largo tiempo en lo que parecía ser una conversación amigable y constructiva.
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Posibilidad y necesidad de encuentro
Me atrevo a decir que, para muchos de los que presenciaron la escena, como poco fue algo “chirriante”. Incluso, incómodo para quienes consideran inapropiado hablar “con los enemigos”. ¿Cómo pueden, siquiera, dirigirse la palabra personas de dos formaciones políticas que se sitúan ideológicamente en las antípodas una de otra?
Lo cierto es que, según se dice, más allá de las cámaras y la exposición mediática, muchos personajes políticos mantienen muy buenas relaciones con los del “otro bloque”, hasta el punto de poder ser etiquetados como “amigos/as”.
Si eso es verdad, lo triste es que esa cultura de la amistad política y del encuentro entre diferentes no se prolongue en los areópagos públicos.
En cualquier caso, ya me diréis si no es algo que estamos necesitando “como el agua”: generar espacios de encuentro, diálogo y entendimiento entre facciones diferentes y opuestas en el arco parlamentario. Porque, solo así, superaremos la grave crisis política, de credibilidad en la eficacia del funcionamiento en nuestro sistema, de desafección hacia lo institucional y, lo que es más importante, de confianza en un futuro mejor y en paz para toda la sociedad.
Pero, si uno no quiere…
Ahora bien, es cierto que, al igual que el adagio que nos recuerda que si uno no quiere dos no riñen, si uno/a no quiere, dos no se encuentran. Y, siendo acérrimo defensor de tender puentes entre todas las voces ideológicas que coexisten en nuestra sociedad, he de reconocer con dolor, que hay políticos/as que directamente parecen NO QUERER encontrarse con los otros, ni siquiera para conocer sus “por qué” y así poder rebatirlos. Mucho menos para poder entenderlos y construir en común.
Sé que, en gran medida, todo ello tiene que ver con la estrategia electoralista, centrada en decir lo que tus votantes quieren escuchar, más allá de lo que después se vaya -o, en verdad, se pueda- hacer. Pero también, me pregunto si no querrán evitar encontrarse con “los otros” por miedo a que sus “pilares ideológicos” se tambaleen. Porque, eso sucede cuando te paras a conocer y escuchar a esas personas que consideras diferentes. Entonces, se abre un mundo enorme de posibilidades, de conexiones humanas, de enriquecimiento mutuo, de razonamientos sensatos y de caminos apasionantes de fraternidad y “amor político”.
Por eso, en las inminentes Elecciones al Parlamento Europeo, creo que hemos de incluir entre los criterios de discernimiento para decidir el sentido del voto, y de forma preeminente, la actitud con respecto a la Cultura del Encuentro. Algo que, a mi modo de entender, pasa por la apuesta por la transversalidad y la búsqueda de lo que une, para así después poder abordar juntos/as, y con expectativas de éxito, aquello que separa.
Porque existe una Europa del Encuentro. Y tenemos que apoyarla.