Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Por una política moderada


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Quiero finalizar esta serie de ocho artículos breves dando unas sugerencias para aplicar una política moderada y dialogante, como creo que necesitamos en esta sociedad tan polarizada como esta. Una política que acepte la complejidad de la existencia y la sociedad y que no simplifique el debate político en un juego entre buenos y malos.



La primera indicación es condenar los comportamientos extremistas en su conjunto, independientemente de que estos sean llevados adelante por grupos de derechas o de izquierdas. No se debe aplicar un doble rasero para unos y otros, los comportamientos son similares (aunque aparentemente parezcan distintos) y los matices no impiden que unos y otros dificulten la consecución del bien común.

Esta condena de los comportamientos y las actitudes no tiene que hacernos caer en la trampa del extremismo, es decir, la condena de los grupos, de las personas. Las personas son siempre dignas de respecto, tienen la misma dignidad que nosotros y tienen capacidad de arrepentimiento y posibilidades de renacer a otra vida distinta. No se puede caer en el engaño de los muros, de las exclusiones, porque ahí es donde el excluido, el apartado, se puede hacer fuerte y crecer debido, en parte, a como es considerado.

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Por ello hay que ser duro con las acciones, vengan de donde vengan. Esto supone creer de una manera radical en la igual dignidad de las personas. Estas tienen que tener el mismo halago o condena por los mismos hechos, sin que quepa pensar que unos son mejores o peores o que precisan de más o menos condena por alguna de sus características. La igualdad ante la ley es necesaria.

El bien común

Además, no podemos aplicar políticas anti los demás. Conozco un partido político en el que no está permitido insultar al compañero de otra opción política. Se puede discutir con él de las medidas, intentar alcanzar cuál es la mejor o decir, sin paños calientes, por qué se cree que lo que el otro propone es contraproducente para la sociedad, pero no se le insulta o se va contra él. Hay que razonar y justificar las propuestas. Hay que articular medidas para evitar los insultos y las descalificaciones en la vida pública, para reducir el clima de violencia dialéctica. La exclusiva de la utilización de la violencia corresponde al Estado, que es el que puede hacerlo para proteger a los más débiles defendiendo el imperio de la ley y promoviendo una organización social volcada en el bien común.

Por último, es importante proteger los contrapoderes de nuestras sociedades democráticas. Esto es esencial porque cuando nosotros estamos en el poder nos compensan y, cuando están los otros, les compensan a ellos. Reducir estos contrapoderes es reducir la libertad y dar capacidad de abusar a quien ostente el poder.