Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Es posible repensar Europa?


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El congreso

Este pasado fin de semana (27-28 de octubre), el Vaticano y la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE) organizaron un encuentro dedicado a reflexionar sobre la realidad del Viejo Continente bajo el lema ‘(Re)thinking Europe’ (‘(Re)pensar Europa’). En este evento se han implicado diversas autoridades como Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo; Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea; Mairead McGuinness, una de las vicepresidentas del Parlamento; o Manfred Weber, líder del Partido Popular Europeo. También el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, ha estado entre los participantes.

El encuentro es una de las aportaciones –y ya son varias en lo que va de años– de la diplomacia eclesial a las celebraciones del 60º aniversario de la firma del Tratado de Roma, que dio origen a lo que hoy es la Unión Europea.

Parecen oportunos estos apoyos en momentos tan críticos para la solidaridad entre regiones. La construcción de un proyecto común asentado sobre los valores que han constituido una forma de ver el mundo pueden parecer un sueño ilusorio del pasado. Pero, conviene no olvidar, que el proyecto comunitario se ha asentado, en tiempos más críticos que los actuales en muchos aspectos, y con el convencimiento de que el auténtico humanismo triunfa sobre la barbarie.

La historia

Aunque los nuevos billetes de 5, 10, 20 y 50 euros han incorporado el rostro de la mitológica Europa. La bella princesa hija de rey Agénor de Tiro de la que Zeus se enamoró mientras jugaba con otras jóvenes en la playa y a la que se acercó convertido en un toro blanco. Bajo esta forma, Zeus la raptó y la llevó hasta la isla de Creta. De Asia Menor hasta una isla que hoy es europea. El relato mitológico parece conectar de esta manera las raíces de la cultura semítica con la civilización greco-romana.

Aunque la conexión europea se construirá con el paso de los años y los siglos. Los apuntes de un curso del historiador francés Lucien Febvre (1878-1956), iniciador de una nueva metodología y concepción histórica difundida a través de la Escuela de los Anales –por la revista “Annales d’histoire économique et sociale”–, se publicaron hace tiempo con el título Europa. Génesis de una civilización. En sus páginas traza la construcción de la idea europea a través de una forma de vivir que se fraguó en un pedacito de Grecia, en la cristiandad medieval que unió el norte con el sur tras hundirse el Imperio Romano, de las alianzas posteriores, de las ideas revolucionarias, de los ilustrados que identificaron Europa con la idea de “humanidad” o el saber perdonar de los Tratados de Viena frente a Napoleón.

En cualquier caso, la historia Europea esconde un persistente movimiento a la unión del norte y del sur, del este y del oeste. Una unión , ahora en peligro de disgregación, que ha costado, literalmente, sangre, sudor y lágrimas.

El Papa

Insistentemente se le ha preguntado, en varias ocasiones, al papa Francisco por su visión de la Europa del Brexit o la Europa de las migraciones o la de los nacionalismos… Su respuesta rápida siempre ha sido remitir a sus intervenciones en el Parlamento Europeo, en el Consejo de Europa y al discurso de aceptación del premio Carlomagno. Últimamente se ha unido a la lista el discurso ante los mandatarios europeos en las celebraciones por el aniversario del Tratado de Roma, en pasado mes de marzo. Y, a partir de ahora, será de referencia el discurso del pasado sábado en el encuentro al que hacíamos referencia más arriba.



El humanismo es, para el Papa, el elemento determinante que hace posible la unión en Europa, algo que sintoniza muy bien con el mensaje cristiano. “La primera, y tal vez la mayor, contribución que los cristianos pueden aportar a la Europa de hoy es recordar que no se trata de una colección de números o de instituciones, sino que está hecha de personas”, recordaba Francisco. Y continuaba: “No hay ciudadanos, hay votos. No hay emigrantes, hay cuotas. No hay trabajadores, hay indicadores económicos. No hay pobres, hay umbrales de pobreza. Lo concreto de la persona humana se ha reducido así a un principio abstracto, más cómodo y tranquilizador. Se entiende la razón: las personas tienen rostros, nos obligan a asumir una responsabilidad real y “personal”; las cifras tienen que ver con razonamientos, también útiles e importantes, pero permanecerán siempre sin alma. Nos ofrecen excusas para no comprometernos, porque nunca nos llegan a tocar en la propia carne”.

Motivos para repensar la Europa de hoy en un mundo globalizado, que apenas pudieron intuir los iniciadores del movimiento europeísta contemporáneo.