Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Preguntar sin miedo


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Comienzo a escribir escuchando lo que hay a mi alrededor. Desde hace tiempo mantengo una firme convicción: ofrecemos respuestas antes de escuchar las preguntas, y las preguntas interesantes no tienen respuesta rápida, ni probablemente externa a quien se las hace. Lo que cabe es acompañar con respeto, seguir de cerca lo que se vive intentando comprenderlo y hacer aún más preguntas.

Por eso este blog quiere recoger preguntas de los jóvenes, especialmente de los que tengo más cercanos y aquellos que quieran participar con sus comentarios. ¡Os animo a participar ya, desde ahora mismo! En mi experiencia como educador “preguntar” ha sido siempre un ejercicio de libertad. Y temo que hoy, como quizá siempre ha sido, se acallan interrogantes profundos con pocas palabras y se ofrecen interpretaciones ligeras sobre acontecimientos densos. De ahí que la segunda parte del título, sin miedo, sea fundamental.

Existe un miedo real, excesivamente cercano a cada uno y rondando constantemente la vida, que pugna por entrar. Miedo que impide alzar la voz valientemente, incluso sacar temas en conversaciones de lo más privado e íntimo. Miedo que silencia, que acapara para sí la vitalidad, que obliga a encerrarse en el secreto, en la cara oculta de una vida en plenitud y a vagar cargando con todo ello. No recuerdo la primera vez que me he encontrado con un joven (y con muchos adultos) que se liberan haciendo una pregunta sincera, sin ser tomados por tontos, locos o absurdos.

El eco de Dios

La vida es un constante diálogo interior, que no monólogo. En esas palabras que van y vienen, cruzándose, se producen colisiones existenciales cuya huella es imborrable. Hay varios tipos de preguntas que nos abren más allá de nosotros mismos, que son trascendentes en su empuje y trascendentales para la propia historia. En todas ellas, no me cabe la menor duda, tiene siempre eco Dios mismo, si no son en verdad oportunidades muy reales de entrar en diálogo personal con Él mismo.

  1. Diría que las primeras tienen mucho que ver con el sufrimiento y la muerte. Muy especialmente del inocente, que acaba a su vez con la inocencia de otros. El mundo es un lugar que se presenta, en verdad, como inhóspito y cruel, donde la persona no cuenta. Es un despertar sobrecogedor y espeluznante, cuya seriedad nos encargamos de acallar para no escuchar.
  2. El segundo grupo de preguntas va en relación con la vida y su desarrollo, con cómo afecta el mero hecho de vivir, particularmente con otros, pero también con uno mismo. Aquí encontramos la permanente duda del joven sobre quién es, qué hace en el mundo, a qué entregará o venderá sus fuerzas, horas y días. Si tiene que darle sentido a lo que hace, para sobrevivir, o si hay algo que merezca la pena, más allá de su círculo íntimo en el que va creciendo y desarrollándose.
  3. Y el tercer grupo, lo más elevado, que al final es la ruptura de todo sentido conocido hasta el momento, que es el amor, la compasión y el perdón. Tres provocaciones, tres llamadas. Las dejo para el final, no porque haya una escala ni nada parecido, aunque sí aprecio que son hoy vividas con cierta radicalidad cuando ya han pasado unas cuantas cosas en la vida de quien se abre a ellas. Y doy por hecho que, aunque pueden irrumpir libremente, no cualquier persona (sujeto, que se mal dice tantas veces) puede sostenerse ante ellas. Ambas reclaman de la persona una respuesta sincera y el compromiso de su vida.

Lo dicho, queda abierta la temporada de preguntas sin miedo, libres, valientes. Ojalá sea un espacio compartido por muchos y que genere diálogo entre todos. Será muy interesante escuchar las preguntas, meditarlas con el respeto que merecen y seguir dialogando a partir de ellas. ¡Ojalá os sintáis escuchados y escuchemos! Preguntad sin miedo.