JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Blázquez, tras la sentencia mediática, es ya otro exponente del trogloditismo eclesial, etiqueta de éxito con la que se cataloga cada vez con mayor alegría a todo aquel sospechoso de debilidad trascendente…”.
Ricardo Blázquez no ha dicho lo que casi todo el mundo asegura que ha dicho sobre la vicepresidenta del Gobierno y su famoso pregón de Semana Santa. Pero su verdad ya no vale. Está sepultada por los prejuicios. De nada ha servido su rápido desmentido (grabación incluida en la que se deja a cada uno en su sitio) y mucho menos su trayectoria dialogante y conciliadora.
Blázquez, tras la sentencia mediática, es ya otro exponente del trogloditismo eclesial, etiqueta de éxito con la que se cataloga cada vez con mayor alegría a todo aquel sospechoso de debilidad trascendente.
El arzobispo de Valladolid, como cualquier otro miembro de la Iglesia, paga en este caso los excesos de otros que sí escandalizaron con sus torpezas sin necesidad de tergiversación o descarada mala fe periodística.
Aunque luego se pida perdón, el terreno está tan abonado que hasta hay quien, desde un blog alojado en un muy poderoso medio de comunicación, se atreve a condenar a la Iglesia al ostracismo social, a que sus criterios no deban ser tenidos en cuenta “para casi nada en la vida civil, en especial para todo aquello que tiene que ver con los derechos y el papel social de las mujeres”.
Ante semejante rigorismo de paisano, ¿es posible el diálogo? ¿Vale la pena intentar poner las cosas en su sitio? ¿Lo arregla un seminario sobre comunicación de crisis en la Iglesia, como el que va a desarrollar la Conferencia Episcopal con los delegados diocesanos? ¿O mantenemos la formación en círculo, cavando más profundas las trincheras?
Se entiende la desazón de tanto periodista diocesano, en permanente estado de alerta, como si fuese un corresponsal de guerra sobre cuya cabeza silban amenazantes los prejuicios de los de fuera, pero también el fuego amigo instalado en algún despacho del Obispado.
¿Qué hacer, entonces? Primero, mandar a la retaguardia a los ocurrentes, sacarlos de la trinchera, por más que crean que es su sitio natural. Segundo, decir la verdad, que en este caso, pasa por recordar simplemente que la Iglesia es la institución que más ha hecho –y sigue haciendo– por la promoción de la mujer. Aunque tenga con ellas alguna deuda pendiente.
En el nº 2.787 de Vida Nueva.