MIÉRCOLES 30. Cuando decidí acudir a la JMJ de Colonia con otro grupo que no era el mío, lo noté. Sentía desarraigo. En aquel estadio, donde se celebró la misa de apertura, divisé una bandera española. Al acercarme, allí estaba sor Encarna. A partir de entonces siempre que esa misma sensación se vislumbraba, aparecía ella para borrarla. Sin ponernos de acuerdo. Lo mismo en Valencia que en Madrid. Su encuentro como bálsamo. Sé que me tenía en buena estima, mucho antes de que yo asumiera apellido temporal alguno. Lo que ella no sabía es que yo presumía de ella. Mucho. Porque encarnaba la pasión por la animación misionera. Porque encarnaba el ADN sanitario y emprendedor de las Hijas de la Caridad. Cuando fui a verla al hospital la emplacé al Festival de la Canción Misionera de Getafe. La necesitábamos. La necesitamos. Ahora su sala de curas está algo más alta.
JUEVES 31. Semana de la Vida Consagrada. Turno de preguntas para Antonio Spadaro, director de la Civiltà Cattolica. Preocupación en el foro por todos los frentes abiertos del Papa. ¿Cómo atiende a tanto? “Es jesuita”. Risas. “Cada día tiene que tomar decisiones en tensión. Pero estas decisiones no las toma en la oficina, sino en la capilla”. A algunos se le olvida.
VIERNES 1. Abrazos que reconfortan. Como el de Blanca. Llevaba largo tiempo sin verla. Ha superado una batalla complicada. Y lejos de ser yo quien le da fuerzas, su encuentro me insufla una energía esperada. La que proviene de quien confía y espera.
DOMINGO 3. No se lo dijo a casi nadie. Porque quería celebrarlo en familia. Estoy convencido de que si hubiese dejado margen para comentarlo, la capilla estaría a rebosar. Pero Sor Pi es así. No le van los aspavientos ni el reconocimiento público aunque cumpla cincuenta años como mercedaria de la caridad. Durante la homilía, la miro y sonríe como la enamorada de 17 años. Con la misma cara de ensimismamiento. Y con ese ímpetu que lo mismo le lleva a movilizar centenares de niños que a entregar sus veranos por los más mayores del lugar en el Atazar. Sor Pi es así.
MARTES 5. Son incorregibles. Nada más entrar en casa, el bizcocho y el chocolate a la taza ya están en la mesa. En la Sagrada Familia de Buerdos saben de mis debilidades. No en vano, me conocen desde que no levantaba un palmo del suelo. Coloquio entre maestras y alumno. Se hace corto.
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En el nº 2.983 de Vida Nueva