José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Preocupante pataleta


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VIERNES 7. Escapada a Salamanca. Temo a la carretera. Las lluvias recorren todo el país en un verano otoñal. Algo aturde en la autovía. Solo pasajero. En el destino, a salvo. Como si de un microclima se tratara. Es más, a la hora que pronosticaban tormenta eléctrica no hay ni una nube. Silencio. Meditación. Alguien me anima a meter los pies en el río. Acepto la propuesta. El agua. Lo demás se detiene. Incluido el teléfono móvil. Cero cobertura. Todo puede esperar. Tengo que recorrer 312 kilómetros para recordarlo. Bien invertidos.

SÁBADO 8. Antonio España toma posesión como nuevo provincial de la Compañía de Jesús en nuestro país. “Yo no esperaba ni tampoco lo quería”, confiesa el jesuita al arrancar su homilía en el que hasta ahora era su colegio en Madrid. El Recuerdo. No se le percibe como hombre que busque ser centro de atención. Dos verbos plantea como líneas de acción: unir e inspirar. Dos cualidades ignacianas que los sustentan: bondad y amor. Metas nada desdeñables en tiempos de conflicto, donde fallan los modelos que antes servían de referencia, y en donde la desilusión juega a hacerse dueña y señora para provocar indignación.

DOMINGO 9. Encuentro en Periferias, de 13TV, con las divorciadas y separadas de Toledo que se encontraron con el papa Francisco hace unos días en el Vaticano. Me cuentan que fue terapia de corazón para ellas. Me atrevería a decir que también para Bergoglio. Entre tanto trabajo de gobierno, un oasis para poder tocar con sus propias manos la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’.

MARTES 11. En apenas una semana desde que Francisco no le renovara en el cargo como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cumplidos los preceptivos cinco años de mandato, el cardenal Gerhard Müller ha concedido unas cuantas entrevistas. Ni una ni dos. Y en ellas no ha dudado en cuestionar al Papa y a sus hermanos cardenales. Sin pudor. Preocupante pataleta. Me apena. Más aún cuando manifiesta su interés por continuar en Roma sin misión específica alguna, pese a que dice “tener mucho trabajo” allí. Con esta incontinencia verbal, el purpurado no hace sino justificar su cese tras cinco años al mando del ex Santo Oficio. Todo argumento, perdido. No nos definen nuestros éxitos, sino el buen tino de retirarse con elegancia. Sin hacer ruido. De eso va la fidelidad y la comunión. No de callarse ante el disenso, pero sí de discernir dónde y cómo disentir.

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