Presupuesto y balance al servicio de la comunión y la transparencia


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Hay dos canales –no son los únicos– que pueden ser útiles para una rendición de cuentas que genere comunión. Son herramientas técnicas y contables ampliamente desarrolladas en la tradición civil y canónica. Se trata del presupuesto (cfr. c. 1284 § 3) y del balance (cfr. c. 1284 § 2, 7-8).



Contrariamente a lo que algunos piensan, la Iglesia ha sido pionera en la utilización de herramientas técnicas contables para la gestión de sus bienes. Fue el franciscano Luca Pacioli el primero en hacer un tratado de contabilidad tal como la entendemos hoy. Ejemplos de la contabilidad del Cabildo de Toledo, del Monasterio de Silos y de muchas otras organizaciones han sido estudiados en los últimos años por los expertos en Historia de la Contabilidad y han demostrado una visión anticipada y preclara en la materia por parte de dichas instituciones.

El término latino que el Código utiliza para designar el presupuesto es ‘provisiones accepti et expensi’. La provisión no es una mera previsión, sino que implica además el esfuerzo por proporcionar los medios necesarios para llevar a cabo una misión. Quien elabora el presupuesto no solo prevé lo que sucederá, sino que trata de que suceda lo que prevé que será bueno.

Por otro lado, el balance es definido en el Código como ‘rationem administrationis’. No son meras cuentas. Es una explicación de la administración, su razón (‘ratio’), su fundamento. Es el mismo término que se utiliza en la rendición de cuentas (‘rationem reddere’).

El presupuesto y el balance parecen reducir la misión de una entidad a unas cuentas, a unos números más o menos significativos (rationes). Sin embargo, dichas cifras son ratio en el sentido más amplio del término. En ellas está contenida la explicación de cómo unos bienes están al servicio de una misión: dan razón de esa misión. Bien utilizados ayudan eficazmente a que la gestión de los bienes de la Iglesia sea parte de su testimonio y pueden ser clave para su credibilidad.

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Se podría decir que durante el periodo de tiempo que abarcan un presupuesto y un balance tiene lugar la misión de la Iglesia. El presupuesto la anticipa, la programa y la sueña; el balance la relata y la recuerda, es su memoria. Contribuyen a la transparencia de una forma única e insustituible. Rendir cuentas es, de algún modo, devolver a los fieles la misión. El término latino es de gran ayuda para entender esto. ‘Reddere viene de re-dare’ (volver a dar o devolver). Cuando una institución de la Iglesia presenta el presupuesto y el balance es porque no se siente propietaria de sus bienes ni de su misión. Por eso cuenta con el dinero de sus miembros, pero sobre todo con su talento y su tiempo.

Desde la realidad

El balance y el presupuesto no deben ser vistos como meras herramientas contables. Todo lo contrario: pueden y deben ir más allá. Un balance por si solo podría reflejar, por ejemplo, la pérdida de activos por no hacer frente a un proyecto inmobiliario (adquisición, reforma, etc.) mediante un endeudamiento controlado. Sin embargo, el presupuesto puede prever esa descapitalización, anticipándose al escribir un nuevo guión: hacer frente a los costes de la obra por medio de financiación (barata, por otro lado, en los tiempos que corren) no hace más que evitar esa descapitalización dotando de mayor capacidad a la institución, otorgándole más margen de maniobra futura ante imprevistos y, en definitiva, de sostenibilidad temporal. Sostenibilidad que no hace otra cosa que permitir que la misión perdure en el tiempo.

*Escrito por Diego Zabildea González. Profesor Adjunto de la Facultad de Derecho Canónico de la Univ. de Navarra

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