Profecía


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Profecía es iluminación del intelecto humano más allá de su capacidad natural. Por ella se abren puertas para comprender realidades inimaginables, que desafían tiempo y espacio, superan nuestra lógica y causan asombro interminable.

Por ello no es sorprendente que el don de la profecía sea objeto de escepticismo y mitologías que nos invitan a dudar de su realidad, o de nuestra capacidad para recibirlo o de los beneficios que recibiremos por eso. Quizá carecemos de capacidad profética justo porque nos la imaginamos exclusiva para Moisés, Isaías, Juan y algunos otros héroes legendarios. ¿Pero qué pasaría si pudiéramos recibir cotidianamente esos destellos de luz, con la certeza de que vienen de Dios? Quizá sería útil abrirnos a la posibilidad de abrir nuestras persianas interiores y permitir que nos inunde la claridad.

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Un don gratuito

Tomás de Aquino (2001) se refiere a la profecía como un don pasajero que ilumina al entendimiento humano para comprender realidades y sucesos espirituales que escapan a nuestra facultad natural. (Cf. Summa II-II, 171, 2). Es decir, la profecía atiende cosas que no serían conocibles sin una revelación divina. La revelación profética anuncia ideas tan descabelladas como una alianza inquebrantable de Amor entre Dios y el ser humano, la rectificación del cosmos y la reconciliación completa de las ofensas, así como los signos de deterioro social irremisible o los efectos personales de un corazón espiritualmente endurecido.

Curiosamente, esta cualidad para iluminar realidades espirituales no crea un sistema cerrado auto referente, sino que provoca justamente lo contrario. La actividad profética crea un puente donde el no-creyente puede cotejar lógica, historia y experiencia personal a la luz de lo revelado. Y tras el análisis crítico objetivo, muchas realidades, antes inconexas y absurdas, se vuelven evidentes y cobran sentido.

La profecía es gratuita y se otorga siempre en beneficio comunitario, a la vez que requiere receptividad de quien la recibe. Así como un aprendiz que no domina los principios del arte recibe instrucción de su maestro a cada paso, del mismo modo el profeta despierta cada mañana su oído a la escucha del Señor y acto seguido ofrece su voz para sostener con su palabra al cansado (Cf Is 50, 4). La profecía se distingue de los dones de sabiduría y ciencia en que éstos atienden realidades que pueden ser conocidas por la razón natural, si bien el Espíritu también las robustece y perfecciona. Y ya que se centra en entender la Verdad, es distinta de la fe, pues esta se da en la certeza al experimentar el Amor.

La profecía puede ser presciencia o conminación. Se anticipa al saber científico al otorgar conocimiento sobre la esencia misma de sucesos o sus causas últimas. Ya que esto sucede desde la perspectiva eterna de Dios, esta claridad no está sujeta a las restricciones del tiempo o del espacio a las que estamos tan acostumbrados. Por eso hay libros completos de la Escritura que parecen estar sucediendo siempre, y de algún modo lo están. Es decir, siempre hay alguien saliendo de una esclavitud opresiva, adorando un becerrito de oro o librando con éxito un combate espiritual, a pesar de verse rodeado de enemigos.

La profecía también puede ser conminación, y entonces el profeta nos exhorta a emprender el camino de regreso al Padre. Esta invitación es en tono de bienaventuranza si hay limpieza en nuestro corazón o adquiere matices de franca molestia y preocupación, cuando nos ve marchando tercamente rumbo a un acantilado. El tono profético se exalta ante nuestra obstinación autodestructiva, pero Dios insiste en trascender la justicia para llegar a la misericordia, apelando a nuestra libertad.  Y al retomar el camino de regreso los cielos cantan de júbilo con cada conversión.

Ante tal tesoro y tal necesidad en el mundo de la Luz, dan ganas de bañarse a diario con cubetadas de profecía. Queremos conocer todo sobre todos los temas, pero nos basta con saber lo necesario y manejable en cada situación. A cada quién se le otorga la manifestación correcta del Espíritu para común utilidad (Cf. 1 Cor 12, 7).

Así que anímate. Te anticipo una gran y fructífera travesía.

Superando mitos

Los prejuicios y malos entendidos también pueden invitarnos a pensar que la profecía no es para nosotros o que si llegamos a profetizar quizá no lo estemos haciendo bien. Así que vale la pena desterrar algunos mitos sobre lo que es ser profeta. Como todos los mitos combinan parte de verdad y parte de mentira para llegar a la conclusión equivocada. He aquí algunos de ellos.

Adivino. Profecía y adivinaciones futuristas no son sinónimos. La Verdad reside en un tiempo kairós, no cronos, por lo que no hay ayer ni mañana, no hay antes ni después. Por eso la revelación es tan penetrante y parece anticiparse al futuro. Esto es claro cuando descubrimos que la Escritura es perfectamente vigente, y parece anticiparse a hechos futuros, aunque algunos de sus textos se hayan escrito hace tres mil años.

Sermoneador Divino. Hablar en nombre de Dios no tiene porqué centrarse en amonestaciones que invitan al arrepentimiento, bajo la amenaza de morir calcinados si no hacemos caso. Por supuesto que hay ocasiones que ameritan preocupación o alarma, pero no es el mensaje central del cristianismo. Abundan también los momentos de júbilo, amor y Misericordia en que Dios nos hace saber lo que quiere para nosotros. Si afirmamos un Dios de Amor, el balance del diálogo ha de ser ser mucho más amplio hacia esto.

Remilgoso. El profeta reconoce su incapacidad. Le queda claro que hablar a nombre de Dios, Creador del Universo, no es como ser vagonero en el metro, ni actor de teatro, y por eso se resiste al inicio. Sin embargo, Dios llama y provee la solución a través del entendimiento revelado. El don profético, como brasa ardiente, purifica el entendimiento y la lengua, y así es posible hablar en su nombre. Tras esa acción, no hay resistencia sino amplio agradecimiento y anhelo por ser vehículo de su Palabra (Is 6, 6-8).

Líder de multitudes. A veces nos fantaseamos pensando que con un solo discurso redimiremos a toda la humanidad, o que al menos podremos destilar gotas de sabiduría, de gran agrado de las multitudes. Antes se trataba de escribir best sellers, hoy en día esperamos una lluvia de likes en los medios sociales. Y si no sucede caemos en desánimo. Ante ello vale la pena ajustar el ego y observar que cada tarea es apropiada a nuestras capacidades y a Su plan. Como acompañante, catequista, maestro, orador o influencer, el tamaño de la audiencia es el correcto. La revelación profética puede ser en algunas ocasiones solo para mí mismo y eso está bien.

Mártir. Ciertamente conocer verdades incómodas y luego decirlas en público puede ser causa de rechazo, persecución y martirio. Y la idea de vernos marginados, apedreados, o crucificados no es atractiva para nadie.  Pero ya vimos que no toda profecía es conminación que amonesta. La presciencia en palabra de amor, encuentro y paz, además de ser más potente, es también fuente de vida eterna. Y esto es el centro de conocer a Dios.

Referencia:  Aquino, Tomás (2001). Suma de Teología. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.