Al reflexionar acerca de esta pregunta lo primero que me surge es pensar en ¿cómo hacer para que quienes tienen el poder de terminar con la masacre, lo hagan? Y no solo pienso en la guerra en Ucrania, sino en tantas “pandemias” que vemos día a día como el hambre, las drogas, los destrozos al medio ambiente y tantas cosas más. ¿Cómo hacer para que quienes tienen poder o recursos para hacer la diferencia, lo hagan? Al pensar en esto me viene una enorme impotencia humana porque, claro está, no tengo el poder de frenar todo esto. Pero, ¿qué poder tengo entonces?
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Cuando hay cosas que sobrepasan mi control y siento la impotencia de no poder “hacer nada”, recuerdo las palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer: es “tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas ni de ser anti nada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. –Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad”. Esto quiere decir que siempre tenemos posibilidad de tomar acción sobre lo que pasa. Los cristianos del mundo y las personas de buena voluntad, debemos tomar como tarea propia el hacer bien. Donde toca.
Sabemos que no todos podemos hacer todo. Somos instrumentos en las manos de Dios que, si cumplimos la misión que se nos encomendó, contribuimos a que el cuerpo funcione mejor. Si yo soy un dedo de la mano y logró funcionar bien, la mano podrá cumplir mejor su papel. Así sucesivamente hasta llegar a las partes del cuerpo que hacen una mayor diferencia. Creo firmemente que Dios tiene un plan de salvación para el mundo y de que nosotros hagamos bien lo que nos toca, dependen grandes cosas (citando nuevamente a San Josemaría). Dios puede salvarnos a todos sin ayuda, pero elige necesitarnos a nosotros para hacerlo. Pensándolo así, siempre vamos a poder “hacer algo”. Y como cristianos sabemos que gracias a la comunión de los santos estamos todos conectados espiritualmente, lo que hagamos tiene un impacto en la vida de otros, empezando por la oración.
Para ello es necesario una íntima relación con Dios para la búsqueda de la vocación personal de cada uno. ¿Para qué fui creado? ¿Qué papel me toca en el Plan de Dios para la humanidad?
¿Cómo promover la paz en tiempos de guerra?
Lo otro que me surgía al reflexionar sobre esta pregunta es que la guerra es un camino que no tiene frutos. A veces la justificación de la guerra es defender a un pueblo, defender la libertad, hasta incluso la “paz”. Pero la paz nunca va a ser fruto de la guerra. Sabemos que lo que queda luego es siempre destrucción, muerte, vulnerabilidad, rencor, dolor y más. La valentía de decir no a la guerra, de cesar las armas, tiene un potencial enorme de construir paz, de apostar por una humanidad más justa. Eso es lo que se le pide a quienes tienen el poder de frenar esto y eso es lo que pide el Papa a todos: la valentía de construir paz.
Durante la pandemia, trabajando en Pastoral Social, llegué a la conclusión de que los tiempos de crisis tienen el potencial de ser tiempos de fruto. La pandemia despertó mucha compasión y solidaridad. Gente que quedaba en su casa, que llamaba para preguntar en qué podía colaborar. Lo mismo se vio en Ucrania cuando ciudadanos comunes apoyaban refugiados en las fronteras. Tantas personas valientes que eligieron construir paz y justicia donde podían. En medio del caos y la guerra eligieron mirar al que sufre y acompañar con generosidad. Eso es una elección que compromete, que incomoda y que implica salir de nuestra zona de confort.
Finalmente, me quedo reflexionando en las siguientes preguntas: ¿Dónde está el fruto posible, el bien posible que puedo hacer yo en esta crisis? ¿A dónde me llama Dios a construir paz hoy desde la realidad en la que estoy?
Por María José Carrau – Lic. en Trabajo Social, coordinadora Pastoral Social de la Arquidiócesis de Montevideo y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos