¿Tiene sentido una declaración de inocencia civil cuando la condena mediática se ha cebado sobre el criminal que no fue tal? ¿Sirve una acción ejemplar y edificante de un no responsable para que reaccionen y asuman sus obligaciones quienes sí lo son?
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Las preguntas vienen a cuento por dos cataclismos que sacudieron los cimientos del Vaticano, uno en diciembre del 2018 y el otro apenas en esta semana que termina.
El primero tiene que ver con el cardenal George Pell, quien tuvo a su cargo la Secretaría de Economía de la Santa Sede, y fue uno de los ocho purpurados (G8) elegidos por el papa Francisco para reformar la Curia romana. En febrero del 2019 fue ingresado a prisión, al ser declarado culpable de delitos sexuales contra menores. Se le retiraron también todos sus oficios eclesiásticos.
Sentencia anulada
Tras de un año en prisión, la Corte Suprema de Australia anuló la sentencia, es decir, lo declaró inocente. Pell regresó a Roma, pero ni fue reinstalado en la Secretaría de Economía Vaticana, ni tampoco en el G8. Sin sentencia civil, sufre el ostracismo religioso, y parece casi imposible que por su edad -tiene 80 años- pueda recobrar el honor perdido. La sombra de la sospecha lo cubrirá lo que le queda de vida.
El otro evento es diametralmente opuesto. El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de la poderosa Diócesis de Münich, que fue presidente de la Conferencia Episcopal Alemana y de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea y, como Pell, miembro del G8, acaba de poner su renuncia sobre la mesa del papa Francisco, gesto con el que quiere compartir la responsabilidad por la catástrofe del abuso sexual en la Iglesia alemana durante las últimas décadas. ¿De qué se responsabiliza Marx? De no haber actuado con más firmeza en 2006 -hace 15 años-, cuando era obispo de Tréveris ante las sospechas de un caso de abuso.
A ver. El cardenal alemán no estaba obligado, de acuerdo a las normas del momento, a ir más allá. Pero entiende que hoy eso no sirve de excusa.
Pell, entonces, seguirá siendo culpable para la opinión pública, aunque la justicia civil australiana diga que no. Marx asume una responsabilidad que no tuvo, para que los actuales involucrados en encubrimientos también lo hagan.
¿Le servirán a la Iglesia católica estos dos torbellinos para purificar su deteriorada imagen en el asunto del abuso sexual infantil? Lo dudo. Los agravios han sido muchos y sólo Dios sabe si en el futuro se enderece este entuerto.
Pro-vocación Y, mientras tanto, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, exigió este pasado viernes disculpas por parte de la Iglesia católica y del papa Francisco, por los abusos infringidos a niños indígenas en internados de su país, tras el reciente descubrimiento de los restos de 215 menores enterrados. Lo dicho.